Bibliotecas y Museos
La otra Sixtina
Es la otra Sixtina, la desconocida, a la que el público no presta atención o ni siquiera ve cuando entra en la capilla. Cuando Miguel Ángel llegó aRoma, arrastrando ya su fama de artista tan genial y temperamental –y precedido por la gloria que le habían dado dos piezas de un virtuosismo casi irrepetible:«La piedad» y el «David»–, la estancia ya disfrutaba de una merecida fama por un ciclo de pinturas murales que formaban parte de las más reconocidas del Renacimiento y que había aglutinado a algunos de los pintores más excepcionales. Adornaban la parte media de las paredes (la inferior estaría cubierta por unos tapices diseñados que se le encargaron a Rafael). En ese lugar reducido, el que permanece inmediatamente debajo del espacio decorado por Buonarroti, trabajaron estos maestros de la época. A pesar de que la bóveda y «El juicio final» acaparan las miradas del público que entra en la sala, estas obras son fundamentales para la historia del arte y varias de ellas aparecen en todos los libros dedicados a dicho periodo. Están aglutinadas en dos series: «La vida de Moisés» y «La vida de Cristo». En ellos estuvieron implicados artistas de la talla de Perugino, Pinturicchio, Botticelli, Ghirlandaio, Lucca Signorelli y Cosimo Rosselli. Estos encargos representan un repaso a los diferentes pasos que en esos años se produjo en la pintura, como es el caso de «Entrega de las llaves a San Pedro», de Perugino (en el que se basaría Rafael para «Los desposorios de la Virgen», que realizó en 1504), en el que no sólo juega con los avances para el retrato, y también con la perspectiva, una de las grandes conquistas del Renacimiento. El tratamiento pictórico de los ropajes o el cabello son otros de los más conseguidos alardes técnicos. Todas las escenas, de carácter altamente narrativo, sobre la vida de Moisés y de Jesús, incorporan además un cuidado ejercicio paisajístico y una línea media del horizonte que hace aparecer detrás de la acción un mundo infinito, apoyado en la representación vegetal y las colinas azuladas. Un conjunto de frescos que pretendían transmitir la sensación del tiempo detenido y que llevan consiguiéndolo desde hace ahora tres siglos.
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