Lenguaje
Pinceladas o brochazos por Marina Castaño
No soy de escribir diarios, creo que se me pasó la edad, pero sí de reseñar en la agenda una serie de pinceladas de mis días y mis noches, cosas que me gusta retener en la memoria de papel –todavía no me he pasado a lo electrónico. El papel es imperecedero, creo, y lo otro se va al espacio infinito–. Ayer las frases que escribía eran: «Zapatero, como un pulpo en un garaje», refiriéndome a la foto donde aparecía en la cumbre del G-20 con cara de desubicado, al lado de uno con el traje regional árabe, que lo ignoraba, de un calvo bajito que miraba para otro lado, de un chino que sonreía no sé por qué, y en el escalón de abajo Merkel, Sarkozy, Obama y Berlusconi charlando entre ellos, mientras el de las cejas miraba al infinito no entendiendo nada, actitud que viene manteniendo durante los últimos ocho años. Pero no voy a hacer leña del árbol caído, que es cosa muy fea. Voy a seguir con mis pinceladas o, más bien, con mis brochazos. Papandréu habla un inglés impecable. Claro, no le quedan más cáscaras siendo griego. También lo hablan los holandeses, los suecos, los noruegos y los daneses, porque sus lenguas no se hablan más que en sus propios países y tienen que defenderse. Por cierto, que al presidente heleno estuve a puntito de hacerle vudú, por necio. Y aunque parezca que estoy abducida por la información internacional, que lo estoy, también me ocupa un poco lo de casa, o sea, ese desangelado «Ojalá», donde se echa de menos al clan Bardem, al aguardentoso Sabina o a Ana Belén, prestigiosos intelectuales. A propósito, ¿qué pinta José Luis Gómez optando a la Real Academia? Se lo preguntaré a mi muy querido José Manuel Blecua, director de la cosa, mejor, de la casa que limpia, fija y da esplendor a la lengua, que es hombre sabio, además de cauto, y seguro que me da una explicación convincente.
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