Roma

OPINIÓN: Juan Pablo II «santo súbito»

La Razón
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Benedicto XVI acaba de promulgar en Roma el decreto para la beatificación de su gran antecesor Juan Pablo II, el viejo, enfermo e inolvidable Papa que a su muerte hizo prorrumpir a la muchedumbre llorosa el grito de «¡santo súbito!».

Fue un grito de dolor y esperanza que surgió de millones y millones de gargantas de hombres y mujeres en todo el mundo que así aclamaban las virtudes de aquel Papa que hizo del hombre, de la dignidad del hombre y la mujer, la pasión de su largo y edificante pontificado.

Aunque por las regulaciones canónicas fuese necesaria la existencia de un milagro para reconocerlo como beato, el mundo, a su muerte lo había proclamado ya santo.

Pero el requerido milagro también se comprobó y, significativa y naturalmente, aquella gracia la otorgó el invocado Papa a una doliente monja que sufría de párkinson, la misma enfermedad que había acompañado dolorosamente a Juan Pablo II en los largos y penosos años de su resplandeciente ancianidad.

Los creyentes sabíamos que Juan Pablo había sido un regalo de Dios y los no creyentes lo consideraron referente universal de la defensa y dignidad de la vida. Fue Juan Pablo II un ejemplo de fortaleza y juventud al inicio de su pontificado –fue llamado «atleta de Dios»– y también un ejemplo de sufrimiento y tesón en su vejez y en su larga enfermedad. «Cristo no se bajó de la cruz», decía a los que aconsejaban su abdicación.

Se anuncia que su beatificación en Roma será el primero de mayo. Nunca mejor elegida la fecha, pues además de ser fiesta religiosa de la Divina Misericordia –y Dios fue generoso y misericordioso al brindarnos aquel Papa–, es también fiesta tradicional de los trabajadores y nadie ha trabajado tanto por el hombre como Juan Pablo II, que sabía que la mies era mucha y llamaba al hombre a no tener miedo y a dignificarse acercándose a Dios.

Estoy seguro de que tras su beatificación, los numerosos milagros que ya se le atribuyen, su fama de santidad universal y la impronta de su imperecedera huella en la Iglesia y en el corazón de millones de hombres y mujeres del mundo ponto harán que sea proclamado también santo, pues nadie ha defendido tanto a la vida y a la dignidad de la muerte como el nuevo beato Juan Pablo II.