París
Nadal por fin
El tenis de Nadal empieza en sus piernas. Cuando su cabeza no duda, cuando está libre de preocupaciones, las piernas obedecen, se mueven rápido, y Rafa llega bien a la bola, sobrado, con opciones de golpear con su poderosa derecha y dominar. Todo eso apenas le estaba sucediendo en Roland Garros...
Hasta ayer. «He recuperado lo que es mío», aseguraba el número uno del mundo, eufórico, después de superar a Robin Soderling (6-4, 6-1 y 7-6 [7/3]) en cuartos de final. El sueco es el único tenista que ha ganado a Nadal en las pistas de París. Su juego no empieza en sus piernas. Al contrario. Cuando golpea parado es demoledor, pero cuando se tiene que mover, sufre. Y Rafa no le mantuvo quieto ni un segundo. Le jugó profundo, le hizo dudar desde el primer momento, y sólo en el tercer set mostró algo de resistencia. «He logrado que el juego fuera por donde a mí me conviene, más lento, con más curva, que él sintiera que tiene que tirar más golpes ganadores, y jugar puntos largos para ganarlos. Y lo he hecho durante todo el partido», analizó Nadal. Así, Soderling se dedicó a soltar «palos» planos fueran donde fueran. Unos dentro, otros fuera, otros muy fuera. Es su juego, pero exigido falló demasiado. Cometió 41 errores no forzados. Muchos cuando Nadal está enfrente, a pesar de que logres más golpes ganadores que él (32 del sueco por 24 del español).
Nadal comenzó con una ruptura en el primer juego y otra en el tercero para lograr un rápido 3-0. Soderling empezó desconcertado, sin acertar con el saque, una de sus mejores armas, y aunque recuperó pronto uno de sus «breaks», nunca lo vio claro. Los gestos lo decían todo. Rafa se animaba, nada de caras largas como en los partidos anteriores, nada de miedos. Justo cuando lo necesitaba, sacó su mejor tenis. Justo a tiempo. Es un animal competitivo. A más exigencia, más rendimiento. Soderling, en cambio, cambiaba de lado de la pista mirando a la tierra. Acabó quejándose al juez de silla por la tardanza de Nadal en sacar. Pura desesperación. Maldecía después de ceder la primera manga y ser sólo un alma en pena en la segunda, otra vez concediendo un «break» rápidamente. Una losa que se convirtió en ocho juegos seguidos para el español, hasta el 2-0 del tercer parcial. La ventaja parecía definitiva, pero Soderling sacó un poco de orgullo. También Nadal se relajó un pelín y ante el número cinco del mundo algo tiene que notarse.
Por un momento pareció incluso que Soderling iba a llevarse el set. Recuperó la desventaja y empezaron a entrarle sus derechas y sus reveses paralelos que son como cañonazos. Entonces Rafa pasó a la defensiva. No le quedaba otra. Aguantó hasta el «tie break», y ahí volvió a salir el animal que lleva dentro. Un regalo en forma de doble falta terminó de hundir al sueco, que acabó mandando una derecha a la red para que Rafa saltara de alegría y lanzara los brazos al aire. Una liberación, un alivio, una recarga de la moral perdida. «Ya no quiero hablar de problemas», decía. En semifinales le espera Andy Murray, que ayer se deshizo de Chela. El escocés, con problemas en un tobillo, nunca había llegado tan lejos en París.
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