Fotografía
El tiempo de la revolución por Pedro Alberto Cruz Sánchez
Afirma Michel Maffesoli que, en tiempos de urgencia, se impone la necesidad de una estrategia de la lentitud. Son muchas las veces que hemos leído y escuchado que la velocidad es poder, que moverse con mayor celeridad que los demás implica una ventaja de la cual sólo se pueden derivar beneficios para quien la disfruta.
Pero sucede que nada de esto es así: en la actualidad, sumarse al discurso de la velocidad es convenir con la norma, asumir determinados patrones de comportamiento que sólo conllevan la aniquilación del sujeto. Las disidencias hoy apenas si resultan perceptibles para una sociedad acostumbrada a los efectos especiales: adquieren la forma de movimientos lentos, de gestos sin espesor que se limitan a acariciar la piel de la realidad.
Cuando la opinión unánime considera que la clave de cualquier revolución es el énfasis agresivo sobre determinados valores o hechos, un exceso de expresividad que rompa con el languidecimiento en el que caen nuestras vidas, la solución pasa por otra labor muy alejada de ésta: no en elevar lo mucho a demasiado, sino en matizar las grandes escalas en las que nos desenvolvemos, realizar gestos que resten en lugar de sumar, hallar pequeños intersticios que permitan respirar a la experiencia.
David Claerbout, uno de los videoartistas más sólidos y sugerentes, ejemplifica esta «subversión de lo lento». En una pieza como ‘‘Sunrise'' –una de las obras maestras más incontestables del arte contemporáneo–, se limita a mostrarnos la actividad realizada por una empleada del hogar desde que llega al amanecer a su trabajo hasta que finaliza sus tareas. Cada mínimo movimiento realizado por la protagonista es recreado con precisión y elevado al rango de poema épico; su mirada nos sumerge en un plano de sutileza, de cadencia, incapaz de ser capturado por nuestra percepción cotidiana.
Por mor de la ralentización de las cosas, el mundo se abre, multiplica sus posibilidades y nos rinde algunas de las imágenes más hipnóticas y sensuales que jamás se hayan producido. Todo un paradigma de lo que hemos dado en llamar las «disidencias de la lentitud».
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