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Los inolvidables de César VIDAL: «Los demonios de Loudun»

La Razón
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Era yo un adolescente y sólo el hecho de que mi familia fuera empedernidamente cinéfila permitía que me dejaran pasar a ver películas de mayores de dieciocho años en el cine París. Se dio la circunstancia de que, de la manera más inesperada, cambiaron el portero del cine y me vi arrojado del paraíso de la pantalla grande como Adán y Eva del Edén. Aquel empleado vestido de librea roja no era menos impresionante para mí que el querubín de la espada flamígera. Es verdad que al hombre –al que conocíamos familiarmente como «peliblanqui»– le acabaron advirtiendo y me franqueó nuevamente la entrada al jardín de las delicias, pero a esas alturas yo me había quedado sin ver películas como «Los demonios» de Ken Russell.

Dado que la historia era de endemoniados y, por añadidura, la protagonizaba Oliver Reed, no paré hasta dar con el libro en que se había inspirado. Se trataba de «Los demonios de Loudun» de Aldous Huxley. Confieso que, casi cuarenta años después, vuelvo a sus páginas casi todos los años convencido de que es uno de los mejores ensayos históricos que se han escrito jamás. En teoría, en Loudun se produjo un caso de endemoniamiento colectivo del que fue víctima un convento de monjas al completo. No hace falta que diga que la idea de que un colectivo que busca unirse a Dios acabe en manos del Maligno tiene su aquél. Pero es que Huxley venía a demostrar cómo tras aquel episodio si estuvo el diablo fue en la forma de las ambiciones, las venganzas y las luchas por el poder de la Francia que regía el cardenal Richelieu enfrentándose lo mismo a España que a protestantes y jesuitas.

Al final, el mantener la nación en sus manos bien valía algunas ejecuciones en la hoguera. Puntillosamente documentada y magistralmente narrada, la gesta de las monjas poseídas se convertía en manos de Huxley en una diatriba sobre la psiquiatría moderna, los gobiernos absolutos, la superstición o los resentimientos pueblerinos. Seguramente, ámbitos en los que el príncipe de las tinieblas no se encuentra precisamente a disgusto.