Barcelona
La carta del Rey
Don Juan Carlos inauguró ayer una nueva forma de dirigirse a los españoles muy acorde con la revolución tecnológica que define nuestros días: a través de la página web que la Casa del Rey ha renovado recientemente. Pero lo más relevante no es el soporte utilizado, sino el contenido de la carta o mensaje, que es impecable y oportuno. No es que haya novedad en su invocación a actuar unidos y a caminar juntos para superar las dificultades. En sus últimos mensajes navideños y también ante representantes de diferentes instituciones, el Rey ha reiterado su llamamiento al consenso y la cooperación entre las distintas fuerzas políticas y sociales para hacer frente a la crisis. Ahora, desde la web insiste en que «lo peor que podemos hacer es dividir fuerzas, alentar disensiones, perseguir quimeras, ahondar heridas». Sin embargo, y a pesar de que el mensaje no sea novedoso, sí suena distinto en las concretas circunstancias que preceden su publicación: pocos días después de la manifestación independentista de Barcelona, impulsada nada menos que por la representación del Estado en la comunidad catalana, que es la Generalitat; y también poco después de la manifestación sindical que se celebró en Madrid contra las reformas del Gobierno. No se trata, por tanto, de una carta con un solo destinatario, los nacionalistas catalanes, sino que va girada a los dirigentes que tienen en sus manos el rumbo de España. Nadie en su sano juicio puede negar que nos enfrentamos a uno de esos momentos que la historia acaba por calificar de decisivos. Una situación que, como expresa sin ambages Su Majestad, «puede asegurar o arruinar el bienestar que tanto nos ha costado alcanzar». Día a día, la sociedad española percibe la amplitud de una crisis que no es sólo económica, sino también política y social. Sin recetas milagrosas para salir del difícil paso, el Gobierno ha tenido que abordar un programa de ajustes y reformas cuya principal virtud es la de ponernos a todos ante el espejo de nuestra realidad. Cada cual debe asumir su parte de responsabilidad en la tarea y resultaría suicida que los llamados a dar el mejor ejemplo dimitieran de sus obligaciones y emprendieran la huida insolidaria y ruin. La pugna política, las discrepancias sociales y la confrontación de ideas son tan legítimas como necesarias, pero no tienen nada que ver con la ruptura de las reglas básicas, morales y democráticas, que han inspirado el más largo periodo de paz y prosperidad de nuestra historia. La frívola e irresponsable deriva de los nacionalistas catalanes es indigna de un pueblo que ha sido y es parte viva de España. Aciertan al sentirse aludidos por la carta del Rey. Pero no deberían ser los únicos, pues a todos los partidos y organizaciones compete «el sacrificio de los intereses particulares en aras del interés general».
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