Roma
Hispania
España es una de las naciones más antiguas del mundo. Ya en el año 201 antes de Cristo, durante la segunda guerra púnica entre Roma y Cartago, tras la batalla de Zama, Cartago abandonó Iberia y el territorio llamado Hispania se convirtió en provincia romana. Y teniendo en cuenta la homogeneidad que trajo la cultura romana, la forma en que la República Romana administraba sus provincias, mediante una lex provinciae que permitía la ley local siempre que no afectase a los edictos del gobernador romano, así como la evolución que de hecho tuvo Hispania, puede decirse que en tal año 201 España se constituyó en cierta forma en una comunidad. No totalmente soberana (como no lo es ahora en la UE), pero ya tenía una cierta unidad, era una nación en germen. Hubo emperadores hispanos; hubo pleitos ante el Senado, en Roma, en los que, por cierto, Hispania designó como abogados a Marco Catón y a Publio Escipión, quienes la representaron y defendieron; y los escritores romanos se referían a Iberia, a la que empezaron a llamar Hispania, como a «un país afortunado y lleno de grandes riquezas» (Apiano VI, 3), «con espesos bosques y terreno accidentado» (Tito Livio, libro XXVIII), «semejante a una piel de toro». Esto último lo escribió el geógrafo Estrabón poco antes de Cristo; quien, por cierto, decía también que en Iberia situaban los poetas los Campos Elíseos, dada la pureza de su aire y el soplo suave del Céfiro que le caracterizaba, por encontrarse en el extremo de la tierra conocida, y también las «islas de los bienaventurados», que después se identificaron con las Islas Canarias (Estrabón, I, 4 y 5; II, 27; III, 3 y 13).
El caso es que Hispania ya existía. Y nació definitivamente al mundo con plena autonomía y autocracia en el año 545, cuando se creó el Reino Hispano Visigodo, que incluso tenía una provincia gala (Septimania). Poco después Leovigildo fijó la capital en Toledo, conquistó Málaga y Córdoba, fundó Victoriaco, la actual Vitoria, e incorporó Galicia al Reino; el Tercer Concilio de Toledo adoptó el catolicismo como religión oficial de todo él; y se promulgó el Liber Iudiciorum, ley común aplicable a todos los territorios peninsulares. Y hacia el año 600, san Isidoro de Sevilla describe en sus «Etimologías» (XIV, 4) este nuevo Cuerpo Político llamado España, y lo hace así: «Hispania se conoció inicialmente como Iberia, nombre derivado del río Ibero (Ebro); más tarde se llamó Hispania, derivativo de Híspalo. Está situada entre África y la Galia, cerrada al norte por los Montes Pirineos y rodeada por el mar por sus restantes costados. Es constante la salubridad de su cielo, fecunda en todo tipo de frutos, riquísima por la abundancia de piedras preciosas y de metales. Fluyen por ella grandes ríos: el Betis (Guadalquivir), el Miño, el Ebro y el Tajo. Tiene seis provincias: la Tarraconense, la Cartaginense, la Lusitania, Galicia, Bética y, pasado el estrecho, en la región de África, la Tringitania». Así describía el obispo de Sevilla, natural de Cartagena y que terminó en León, España. Comunidad que unida en el reino visigodo sufrió luego la presencia musulmana y una reconquista que duró siglos. Tras lo cual se convirtió en el primer Estado de los tiempos modernos (Stato, como decía Maquiavelo) en 1479, año en que Fernando hereda el trono de Aragón, y se produce la unión dinástica de este reino con el de Castilla; unión que se completa muy pronto, en 1492 con la conquista de Granada, y en 1512 con la anexión de Navarra. A partir de ahí está claro que España vive. Es un Cuerpo Político con vida. García Morente la llama repetidamente la «quasi-persona» España, y hace de ella una definición dinámica, considerándola como la «Nación viva» en la que hemos nacido, vivimos y somos (Ideas para una Filosofía de la Historia de España). Es una cierta comunidad de ciudadanos con leyes comunes. Naturalmente con sus luces y con sus sombras, con sus momentos de esplendor y con otros de decadencia. Basta recordar, respecto a aquellos, que en 1624 Pere Joseph, mano derecha de Richelieu, escribía que entre todos los reyes «el rey de España es quien debe preceder en la consideración» (Noveno discurso, IV); y que casi al mismo tiempo, en 1630, un noble inglés que había nacido el mismo año de la gran Armada, Filmer, decía quejándose de las guerras que asolaban Inglaterra (Patriarca, II, in fine): «Estas tres antinaturales guerras han deshonrado nuestra nación, de tal modo que en el censo de los reinos el rey de España es llamado rey de hombres, debido a la voluntaria obediencia de sus súbditos; el rey de Francia rey de asnos, debido a sus infinitas cargas y tributos; pero el rey de Inglaterra es llamado rey de demonios, a causa de la frecuencia de las insurrecciones de sus súbditos y las deposiciones de príncipes». En la vida del Cuerpo Político España ha habido aventuras, como la de las Indias Occidentales y Filipinas; cambios de régimen o modo de ser (monarquías absolutas, constitucionales, parlamentarias, repúblicas, dictaduras); y, sin duda también momentos bajos y de dificultades. Pero Iberia, Hispania, España, la Nación española, o como queramos llamarla, siempre ha estado ahí, con vida propia. Y la existencia de cortes propias en Castilla, Aragón, Valencia y Cataluña, y actualmente en otros territorios, y desde luego la diversidad dentro de la unidad forma parte de la vida de esa Nación común que es España, cuya vida futura puede ser larga, fructífera y acogedora si, conscientes de su historia y valor, la revitalizamos con sabias leyes que la protejan frente a particularismos interesados.
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