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La Razón
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Hay días, y son muchos, en los que encontrar la justificación de un artículo es empresa pavorosa. Y otros, en los que sobran los motivos y las informaciones. Hoy, por ejemplo. Podría escribir de los mil millones de euros que ha regalado el Gobierno a los complacientes sindicatos CCOO y UGT durante la última Legislatura. Se entiende su colaboración. Mil millones de euros para ellos a cambio del silencio por cinco millones de parados. Podría escribir de la última mamarrachada de Jesús Eguiguren, el presidente del PSE, que ya va siendo hora de que salga del armario y se afilie a Bildu. Le exige a Rajoy la negociación con la ETA para «lograr la paz», y le amenaza con romper el pacto PSE-PP en las Vascongadas. Una advertencia estúpida, por cuanto está amenazando a Rajoy de expulsar a su compañero «Pachi» López de su cargo de «Lehendakari». Con este tío, los socialistas tienen un problema serio. Podría escribir de la resignación de José Blanco en el «Caso Campeón». Ese anuncio de que no va a seguir en la política de primera fila es más que revelador. Eso sí, mantendrá su escaño por Lugo para continuar siendo aforado. Podría escribir del varapalo que le ha propinado la Fiscalía al juez Baltasar Garzón por sus recusaciones, trucos y malabarismos para no ser juzgado. Y de la reactivación de su cuarta causa. Su cuenta corriente en el Citibank y los orígenes de su favorable estado financiero. Podría escribir del tostón de un nuevo pugilato doméstico entre Rubalcaba y Carmen Chacón por hacerse, más que con las riendas, con el «ring» del PSOE, que después de las elecciones ha enrarecido su ambiente y están a punto de volar los guantazos. Pero me aburre demasiado este rosario encadenado de noticias. Así que voy a escribir del Real Madrid-Atlético.

Lo que más molesta a un atlético es que un madridista no demuestre hacia él la misma animadversión que él siente por el merengue. Siento nostalgia de los tiempos en los que un Madrid-Aleti provocaba similar desasosiego vascular que los Real Madrid-«Barça» de hoy. No tiene culpa alguna el Real Madrid, y menos aún, el madridista de la calle. Un club ha sabido mantener su poder y el otro lo ha perdido. No obstante, no conozco a ningún madridista que se sienta feliz con el segundo nivel que ofrece el Atlético de las últimas temporadas. Los atléticos, al contrario, sueñan con el descalabro del Real Madrid. Su mejor presidente, Vicente Calderón, era también socio madridista. Los jugadores de uno y otro equipo, al cabo del tiempo, son todos amigos.

Bernabéu contaba que en las primeras décadas del siglo XX, atléticos y madridistas celebraban juntos las victorias y las derrotas. Los que perdían convidaban a los que ganaban a las copas y las «palomitas», que así llamaba don Santiago a las mujeres de la profesión. En mi caso, me siento herido cuando un atlético no cree que un madridista tenaz, convicto y confeso como quien escribe, quiere y admira al Atlético, a su personalidad arrolladora y a su público apasionado. El problema es otro. Sucede que en los últimos años el Real Madrid no ha encontrado el nivel de competencia que el Atlético le exigía antaño, y eso duele. A unos y a otros, porque el fútbol sin rivalidad auténtica, es un plomo derretido.

El Atlético necesita ganar al Real Madrid en el Bernabéu para que vuelva a ser lo que fue. Pero que no lo haga este año bajo ningún concepto. Queda mucho futuro por delante.