Ministerio de Justicia

Se despojó de la toga por Agustín de Grado

La Razón
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Desde hace tiempo, todo en Garzón es impostura. Como ese gesto de intentar vestir la toga para declarar desde el banquillo de los acusados, olvidando que fue él mismo quien se despojó de ella saltando a la política, el partidismo declarado y el verbo mitinero. Su desmedida ambición le llevó a encarnar los tres poderes que Montesquieu diseñó separados como garantía frente al despotismo y cuando decidió recuperarse como juez neutral ya era tarde. Había perdido para siempre el ropaje de la imparcialidad, esa toga con puñetas que no se le dejó lucir para evitar la imagen de otra estafa más. La de quienes pretenden hacernos creer que Garzón es víctima de una conspiración por perseguir la corrupción. No es verdad. Aunque griten. Garzón se arriesga a ser expulsado de la judicatura por cometer el delito más grave del que se puede acusar a un juez: la prevaricación. Comportarse de forma injusta a sabiendas. Violando las sacrosantas garantías constitucionales de cualquier procesado, por indeseable que sea. «Desaparecida, afortunadamente, en nuestro derecho la facultad de obtener la confesión forzada del culpable a través de la tortura, la generalización de la intervención de las comunicaciones de los imputados con sus abogados permitiría renacer ese método inquisitorial», afirman los magistrados en el auto que anuló las escuchas del colega imputado.Viéndole ahora en el banquillo, unos disfrutan con su destino de alguacil alguacilado; otros proclaman su persecución. Odios africanos y adhesiones inquebrantables. Mal asunto cuando se trata de quien debe aplicar la ley, y sólo la ley, aunque hace tiempo que Garzón parecía entregado al doble juego de juez y parte. Como Camps y Urdangarín, Blanco, Matas, la Pantoja y cualquier otro español, está siendo juzgado con las garantías que él (presuntamente aún) no respetó para sus investigados. Aguardemos sentencia.