Elecciones generales

La muerte digna

La Razón
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Incluso en aquellos feudos donde era impensable que el PP diera la campanada se ha producido el vuelco. Los partidarios de la muerte digna, eufemismo políticamente correcto de eutanasia, se aferran a la vida, la política claro está, como auténticas lapas. El bofetón en toda regla que el electorado le ha dado a los socialistas el pasado domingo no parece haber afectado al presidente Zapatero que ya ha mostrado su determinación de agotar la legislatura aunque para ello tenga que contar con la respiración asistida que le proporcionan los nacionalistas vascos. Los mismos nacionalistas que llevan toda la vida tirando la piedra y escondiendo la mano y que ahora no les llega la camisa al cuerpo con la irrupción en tromba de Bildu en las instituciones. El PNV oye hablar de elecciones generales anticipadas y le da un síncope después de comprobar que en un montón de ayuntamientos les han comido la merienda. Da igual que la democracia real, la de las urnas, haya dicho con claridad meridiana que la mayoría de los españoles quieren que los responsables, al menos en buena medida, del desastre de nuestra economía, hagan el petate y se marchen a su casa. Incluso en aquellos feudos donde era impensable que el PP diera la campanada se ha producido el vuelco, y ya no sirve la excusa de que se trataba de unos comicios locales como repiten desde el PSOE hasta la náusea. Si esto era así no se comprende por qué durante la campaña, desde ZP hasta el último mono, han hablado de todo menos de las bondades de sus alcaldes y sus presidentes autonómicos. Desde el espantajo de la derecha extrema, hasta el mito de que es el PP quien recorta las prestaciones sociales, pasando por los insultos más burdos y groseros, el mensaje que han recibido los electores hasta el mismo día 22 ha estado vacío de contenido y propuestas ilusionantes. El PSOE no ha podido plantear peor su campaña y ahí están los resultados que, aunque venían cuajándose desde hacía más de un año, empeoraron notablemente en las semanas previas a las elecciones. Y en ese error no sólo cayó ZP, sino también quien aspira a convertirse en su sucesor y, por lo que parece, con mucha prisa. Pensar que Rubalcaba, corresponsable de todas y cada una de las decisiones que ha tomado este Gobierno, puede darle la vuelta en menos de un año a la tendencia irreversible de deseo de cambio de los españoles es, simplemente, un torpe engaño de los sentidos como decían los escolásticos. Una diferencia de casi diez puntos, de más de dos millones de electores, no se corrige con la salida de ZP por la puerta falsa. Aquí lo que se ha puesto en cuestión es una forma de hacer política. El presidente sólo es la punta de lanza del problema. El rechazo en amplias capas de la sociedad lo provocan las siglas de un partido que lleva mucho tiempo instalado en el bandazo y la propaganda. Una propaganda que empiezan a no comprar ni siquiera los más leales. No hace falta más que echar un vistazo a algunos periódicos o poner el oído en algunas emisoras de radio. El tiempo de la desbandada ha comenzado.