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De Galdós a nuestros días por Miguel Lasso de la Vega

La Razón
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En la hoy calle y antiguo Camino Real de Alcalá, antes de alcanzar el núcleo histórico de Canillejas, imbatiblemente aún se emplaza la que fuera una de las posesiones de recreo más magníficas y extensas de los alrededores de Madrid: la denominada de Torre Arias, otrora de Aguilar o Bedmar. Es aquella a la que Galdós inmortalizara al considerarla una de las cuatro grandes fincas de recreo de las inmediaciones de Madrid, junto a Vista Alegre, Montijo, ya desaparecida, y la Alameda de Osuna, «nacidas del capital abundante y la paciencia».

Su origen se debe al criollo peruano García de Alvarado, primer conde de Villamor, en cuyo testamento de 1602 se confirmaba ya la formación de esta casa de campo cercada, con palacio en lo alto, huerta, jardín y olivar, si bien su engrandecimiento se produjo al recaer en sus descendientes los condes de Aguilar, quienes a partir de 1675 agregaron numerosas tierras y reformaron y aumentaron su residencia. Su resultado final aún es perceptible: su planta cuadrangular alrededor de un patio señorial, el torreón esquinero o las construcciones auxiliares adosadas hacia el norte, delimitando un amplísimo corral, adquiriendo tal lujo y comodidad que explican fuera elegida por el archiduque Carlos para fijar su residencia antes de efectuar su entrada en Madrid en 1710, tras confiscarla por la adhesión de los condes al duque de Anjou.
Desaparecida la línea troncal, numerosos particulares vendrían a sucederse en su propiedad, aunque habrían de ser los marqueses de Bedmar, a partir de la restauración alfonsina, los que la hicieran renacer con recrecido fulgor, adaptándola a las modas artísticas dominantes, dando hoy fe su altiva y elegante fachada neomedieval, adosada como una piel al adusto caserón, y su jardín pintoresco, salpicado de caprichos, fuentes y esculturas.

Desde 1891, la quinta es propiedad de los condes de Torre Arias, quienes conservaron lo recibido, pero mejoraron la decoración y el confort de la casa, incluso convirtiendo a la finca en granja modélica. Nuevas y numerosas fiestas y cacerías de la alta sociedad habrían de celebrarse por sus rincones, pero la desgracia afectó a la familia, dejando aquéllas en vago recuerdo tras la Guerra Civil y sus puertas selladas a la vida social.