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Oh Sole mio

La Razón
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Soy muy afortunada: he tenido los abuelos más maravillosos del mundo. Mi abuela me aconsejó que pensara siempre bien de las personas, que después ya se encargarían algunas de ellas de sacarme de mi error. Por eso, en principio, pienso bien de todo el mundo. Ayer iba caminando por los aledaños de la Plaza del Sol, en Madrid, en dirección a «mi» casa, por «mi» barrio, el lugar donde vivo y pago impuestos. Iba distraída entre el móvil y mis demonios personales, que, es fama, son muchos y bastante pelmazos. Pronto me di cuenta de que alguien me increpaba. En principio, mi impulso inicial es pensar bien. Estuve a punto de dirigirle una amable sonrisa al tipo que me gritaba cuando observé que, sin lugar a dudas, trataba de intimidarme: «¡Tú, ‘‘fxtkw!'', por aquí ni pases, ¡esto es territorio comanche!», me vociferaba el individuo, muy indignado. «Ah, es un indignado», cavilé (puede que sea lenta, pero al final pesco las indirectas de acoso y/o agresión, sobre todo si van directas a mi cuello). Le contesté «¡capullo!», y seguí andando. Ser libre –y salir por la tele– me ha «obsequiado» en los últimos siete años grandes momentos de violencia por parte de desconocidos que no soportan que diga lo que pienso y se consideran con derecho a ofenderme o maltratarme verbalmente. He pagado un alto precio por querer ser libre, y a estas alturas, ya no reparo en gastos. También he aprendido –con enorme dificultad– que debo defenderme, que no defenderme es un error gravísimo que engendra más violencia en mis agresores y en mí misma. Simpatizo con el Movimiento 15-M. Lo he dicho en público. Me emocionaba (ya hablo en pasado): me hubiese gustado que fuese una tendencia globalizada de verdad: que llegara hasta China, Cuba, Venezuela, Corea del Norte… Cierto que han elaborado una lista de reivindicaciones que, en algunos casos, no distinguen la propuesta del mero deseo. Aún así, pensé bien de los «indignados» porque comparto con ellos muchas de sus razones. Sin embargo, ahora mismo, grupos nada «apolíticos» se han apoderado de la «indignación» civil inicial, increpan e insultan a personas que no consideran dignas, y reparten carnets de «idoneidad» y pureza ideológicas. Me compadezco de los comerciantes de la zona, catalogados de «fachas» en cuanto se quejan tímidamente. Pero, claro, si ni siquiera Rubalcaba se atreve a toserles…