Estados Unidos

La pobreza estrena un nuevo rostro por Padre Ángel

La asistencia social de la Iglesia se dispara al enquistarse la crisis y el paro

Una de las religiosas entrega alimentos para una familia del barrio de Vallecas
Una de las religiosas entrega alimentos para una familia del barrio de Vallecaslarazon

«Si no fuera por los 763 euros de la pensión de mi madre, nos hubiéramos muerto de hambre». Hace unos días escuchaba, entre lágrimas, estas palabras de un hombre de 54 años, un buen profesional, con más de 30 años de experiencia en un comercio. Se llama Juan; su rostro es el de la desesperación y su mirada es una amalgama de miedo, impotencia y vergüenza. Su caso es terrible, pero tristemente no es el único que conozco; el suyo es uno más de ese casi millón y medio de hogares españoles con todos sus miembros activos en el paro, es también uno de los dos millones de parados de larga duración, casi vitalicios. Juan es, en fin, uno entre los cinco millones de españoles que buscan empleo.

Millones de familias han perdido, junto a su trabajo, su casa o su negocio, tantas y tantas ilusiones. «Nunca hubiera imaginado verme en esta situación» es una frase recurrente, que no por conocida nos duele menos escuchar en Mensajeros de la Paz, en otras ONG o en las parroquias.

A punto de cumplir 50 años de trabajo social he conocido situaciones humanas terribles: historias de marginalidad, pobreza extrema, miseria congénita. Pero estos nuevos pobres tienen una vulnerabilidad especial. Nunca antes habían acudido a los servicios sociales, o a la cola de un comedor benéfico. No saben dónde ir, arrastrando junto a sus necesidades materiales el pudor y la frustración.

Tal vez todos nos creímos lo que no éramos, instalados en un castillo con cimientos de jabón. Pero no caben reproches. ¿Cómo reprender las legítimas aspiraciones de una vida mejor y más cómoda, con qué argumentos sermonear a quienes han querido dar lo mejor a sus hijos? No podemos echar en cara nada a Juan, ni a ninguno de los demás.

Pagar la factura
No sé realmente quién es el causante de esta situación, pero sí sé –lo sabemos todos– quiénes están pagando la factura. Por primera vez en la historia de España, toda una generación va a vivir peor que la de sus padres. Una generación que, además, es la mejor preparada que hemos tenido. Y eso no puede ser.

Solidaridad y justicia. Esas son nuestras armas, y son también la verdadera esperanza para ellos. La solidaridad, la de los particulares, la de los amigos, la de las familias está dando, más que nunca, el do de pecho. Gracias a esa ayuda mutua, espontánea, informal, sincera y apenas institucionalizada, miles de españoles tienen cuatro paredes, tres comidas, y una ducha caliente. Quizá también gracias a ella, cinco millones de españoles no se han echado a la calle exigiendo lo que su tierra les debe dar y su Constitución consagra.

España dedica menos de la mitad de la media europea a la lucha contra la exclusión social mientras ésta crece al tiempo que el país se empobrece. En un momento como el presente las coberturas sociales deberían aumentar, no ser percibidas como una amenaza constante de recorte.

Ante las próximas elecciones pido a los candidatos de todos los partidos que hagan de las prestaciones sociales un verdadero y solemne compromiso, no una baza. Y a los que las urnas otorguen el poder, que desarrollen políticas viables y efectivas de empleo y desarrollo económico, junto a medidas que fomenten la integración social de los olvidados. Y por último –porque es tan compatible como imprescindible– que, sin dejar de velar por los derechos de los españoles, apoyen el desarrollo y la justicia en el mundo, pensando en esos casi 2.000 millones de personas que sobreviven con menos de un dólar diario.

Lo pido de corazón, y con todas mis fuerzas; lo pido en mi nombre y en el de Juan, ese español que, en lo que hasta hace poco era «la flor de la vida», debe recurrir para su sustento, el de su mujer y el de sus tres hijos a la exigua paga de una viuda.


De la llamada a la huida
Si hace siete años se hablaba de «efecto llamada» como consecuencia del «papeles para todos», lo apropiado ahora es hablar del «efecto huida» fruto de una crisis que parece no tener fin. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística de este mes de octubre, la emigración superó por primera vez a la inmigración en varias décadas. Alrededor de 580.000 personas abandonaron España en el último año. Y de éstos, el 90 por ciento tenían nacionalidad extranjera. Lejanos parecen los tiempos en los que nuestro país, junto a Estados Unidos, era de los que más inmigración recibía.

Padre Ángel
Presidente de Mensajeros de la Paz