Medidas económicas
Zapatero vira al pesimismo y Rajoy le pide elecciones ya
Zapatero tiene un plan. No es el primero. De los anteriores que un día esbozó, aprobó, anunció o impulsó no hay uno que haya frenado la hemorragia de parados. Quizá por eso se ahorrara los detalles del mismo durante su comparecencia de ayer en el Congreso.
El presidente prefirió centrar el tiro en el contexto global de la economía, en las medidas contra la crisis, en el compromiso con la reducción del déficit, en la reforma de las pensiones… Y sobre empleo hizo su particular diagnóstico: «En términos interanuales, estamos en las menores cifras de destrucción de empleo desde el inicio de la crisis (...). Pero la mejora, admitió, «es aún tan débil que no se asegura un cambio irreversible de tendencia». Y, consciente de que la tendencia puede volver a la baja y del acecho de los mercados, no retorció un renglón de su programa de reformas y anunció alguna nueva, como la de la política industrial. Así llevará al Consejo de Ministros «un plan de acción» para los próximos 15 meses. Tres seguirán siendo los ejes de actuación: austeridad, reformas y cohesión social. El plan incluye la puesta en marcha de la enésima comisión interministerial –esta vez presidida por el vicepresidente primero, Alfredo Pérez Rubalcaba– para promover el desarrollo de la nueva agenda social y asegurar la coordinación de esfuerzos por parte de todos los departamentos y las administraciones.
El plan, siempre hay un plan, incluirá la ya anunciada racionalización del sector público empresarial, con el que el Gobierno extinguirá 14 empresas y fusionará 24 antes de que acabe el año. También la Ley de Servicios Profesionales, la reguladora de la jurisdicción social , la reforma de la Ley Concursal y la del sector energético, que se presentará con «carácter inmediato» si no se logra un acuerdo en las próximas semanas. Comisiones, agendas, palabras, palabras… , el obligado desarrollo de la reforma laboral, el veinte veces anunciado rediseño de las políticas activas de empleo y el mil veces cacareado nuevo modelo para la colaboración público-privada en materia de contratación. Nada nuevo, salvo una advertencia poco tranquilizadora en materia de empleo: «En los próximos meses, el paro puede seguir creciendo». De la reforma de las pensiones dijo que «es un compromiso que no tiene marcha atrás» y que llegará al Parlamento en el primer trimestre de 2011. Si el resto de grupos la apoya, bien, pero si no es así el Gobierno la abordará igualmente. Lo mismo dijo de la negociación colectiva, de la reducción del déficit y del programa energético. Sí o sí, no hay alternativa. Y es que, aunque proclamó que la recuperación económica es «cierta y sostenida», aún es «lenta e incierta en su progresión». La comparecencia no dio para mucho más. Sólo para testar que el presidente ha virado del optimismo y los brotes verdes al realismo/pesimismo de que la situación puede ir a peor, y que España puede retroceder en su debilísimo crecimiento. Pese a ello, –paradojas de la política– el presidente se mostró más tranquilo y seguro. Es lo que tiene el oxígeno que le proporcionan PNV y CC.
Y aunque la Legislatura está asegurada, Rajoy volvió por sus fueros y reeditó la versión «zapateriana» del «váyase señor González». Le pidió que se fuera, que abandonara, que se retirara…, que convoque elecciones para salir de la crisis y facilite un «cambio político que devuelva la confianza a los mercados y a los ciudadanos». Abogó por un punto y aparte y una solemne declaración de que esta etapa ha concluido: «Es preciso un gesto llamativo. El único camino para que el Gobierno de España recupere el crédito es hacerlo nuevo y eso, aquí y en cualquier lugar del mundo, pasa por unas elecciones generales. Sin ellas será imposible que se recupere la confianza, que se realicen las reformas, que circule el crédito, que se anime la inversión, que se cree empleo, que amanezca para los parados (…) Un gobernante que fracasa tiene la obligación moral de renunciar a seguir imponiendo sus errores (…), debe retirarse aunque la ley no le obligue».
Su proclama levantó de los escaños a los diputados del PP que en tres ocasiones interrumpieron a su jefe de filas para aplaudirle, algo que no ocurrió en la bancada socialista en la primera intervención de Zapatero, pero sí en la réplica cuando éste acusó a Rajoy de «no preocuparse de los parados, sino de saber si tiene alguna posibilidad de llegar a La Moncloa.
Toda su aportación como jefe de la oposición es pedir elecciones a ver si alguna vez cae la suerte y gana. Resulta incluso obsceno». Luego, llegó Duran Lleida, que a diferencia de Rajoy, ya no pide elecciones, y bajó tanto el tono como elevó la capacidad propositiva. No ahorró críticas, aunque evitó las alusiones personales a Zapatero y se limitó a hablar de una gestión «nefasta» y tardía frente al paro. Fue la tónica general entre las minorías. Sólo PNV y CC se salieron del guión. Zapatero ya tiene amigos en el Parlamento.
«¡Que se besen, quese besen!»
«Estoy muy de acuerdo con su intervención; estoy muy de acuerdo con su actitud; estoy muy agradecido con el PNV. Siempre quedará en mi memoria su sentido de la responsabilidad». Fueron los elogios que Zapatero regaló al peneuvista Erkoreka por el pacto parlamentario que le ha salvado de las elecciones anticipadas. «Que se besen, que se besen», se escuchó en la Cámara. Faltó el ¡viva los novios!.
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