Ciclismo
Una pasarela para Luisle
Encuentra por fin su triunfo en una etapa marcada por los pinchazosTranquilidad antes del descanso. Antes de afrontar las etapas decisivas, el Tour se toma un respiro. Una etapa sin demasiados sobresaltos con el clásico final en Pau, aunque sin las habituales montañas anteriores. Y mañana, jornada de descanso.
Podría haber sido modelo Luis León, planta y porte. Se hubiera comido el mundo, firmas de ropa peleándose por su metro 87 de altura, diseñadores suspirando por sus piernas estilizadas, kilo y medio menos que el año pasado, sujeta su báscula cuando se pesa. Un bombón para las pasarelas. Pero decidió ser ciclista. Lucir su percha encima de la bicicleta tampoco está mal, sobre todo para él, talento natural, que tan fácil torna lo complicado. Ganar una etapa del Tour para el de Mula es ya un clásico, peligrosa arma de doble filo ésta, pues cuando no llega, la impotencia y la rabia afloran. Las ganas de bajar los brazos surcan el ambiente, más en un equipo como es el Rabobank en esta ronda gala, desalmado tras la retirada de su líder Gesink y las desgracias de Mollema, el segundo corazón holandés.
Su fuga. Su pundonor. Su lección de maestría y de saber atacar. Su rugido ancestral, ya van cuatro, en Foix. El día de Luisle quedó sin embargo agujereado como las ruedas de una treintena de ciclistas en el ascenso al Mur de Péguère, a 38 kilómetros para la meta y cuando la parroquia ciclista se frotaba las manos esperando la aparición del «Caníbal» Nibali en el descenso para atacar a Wiggins. Clavos en la carretera. Boicot al Tour. La obra de arte anónima pero firma, seguro, de cualquier descerebrado desinfló la etapa a la misma velocidad con que las ruedas se quedaban sin fuerza. Entre ellas la de Evans, sin coche de apoyo y ante el pasotismo de su gregario Van Garderen, que ni paró, ni giró siquiera la cabeza para olisquear la presencia de su jefe. El pódium se iba. No fue, por suerte o para desgracia de Evans y del Tour, el único perjudicado. «Unos treinta ciclistas han pinchado. Klöden, por ejemplo, dos veces», denunciaba Zubeldia al llegar a meta. Para algunos, como Kiserlovski, fue peor. El pinchazo, por la velocidad de la bajada de Péguère, le mandó al suelo y le partió la clavícula. Con el pelotón perdiendo unidades a cada paso afloró el polémico «fair play» del Tour. «No sólo Wiggins y el Sky han parado, lo hemos decidido por todos, no sólo por Evans», decía Nibali.
Aquello ya lo había superado mucho antes Luisle. Y Sagan, Gilbert, Gorka Izagirre y Casar. Fueron los cuatro que más lejos llegaron de la fuga numerosa. El murciano puso su machacón ritmo en el ascenso, ni un clavo se encontró, y celebró con lágrimas la victoria.
La desesperación de Evans
A poco de coronar el Mur de Péguère se quedó el australiano clavado. Los clavos que sabotearon la etapa le dejaron la rueda trasera agujereada. Lo peor, sin embargo, no fue el percance. Evans vio con impotencia cómo el grupo de favoritos se escapaba y se llevaba por delante su puesto en el pódium. Giró hacia el sentido de la carrera y levantó la mano en un gesto de enfado que todo lo decía. Su gregario Van Garderen no le esperó.Evans no tenía coche cerca y tuvo que esperar un buen rato. Cummings se paró pero nada pudo hacer, pues su rueda también estaba pinchada. Hasta que contactó de nuevo con el pelotón parado, Evans volvió a sufrir otros dos pinchazos. «Ha sido un día dramático», reconoció tras agradecer el trabajo de sus «chicos».
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