Barcelona
Las dos vidas de una parricida
Le gustaba que la apodaran Muki. Traía limones a sus compañeros de trabajo porque sobraban en su jardín. Se indignaba y sufría por el niño cuando le contaban, en una de las anécdotas del cigarrillo de descanso, que la madre lo había dejado con la abuela. «Qué mala madre», opinaba. Mandaba mails en cadena a sus compañeros y luego acudía sonriente a comentarlos, con sus dos coletas rubias a los lados.
Ése era el mundo de Muki. Y así la recuerdan en el concesionario de Mahón donde trabajaba hasta que hace dos semanas la Policía se la llevó. Quizá por eso se giraba molesta cuando la llamaban por su nombre, Mónica. «Que yo me llamo Muki».
Mónica significaba otra cosa. Significaba relaciones rotas, embarazo no deseado. Mónica significaba crimen.
«Estresada» y «agobiada»
Mónica Juanatey Fernández, nacida en Noia (La Coruña), fue detenida a principios de semana en Mahón (Menorca) por supuesta autoría de un homicidio doloso –hacer daño con intención de matar– contra su hijo César, de nueve años de edad. Concretamente, por ahogarlo a sangre fría en la bañera de su casa menorquina, el 7 de julio de 2008, según baraja la policía.
El crimen se descubrió hace dos semanas, cuando se incautó una maleta roja en el torrente de Binidalí. Contenía, entre otras cosas, un estuche escolar con el nombre del niño. Y su cadáver.
Según sostuvo la Policía, la propia Mónica confesó su autoría nada más ser detenida. Al principio explicó que se encontró a su hijo muerto y que por miedo lo ocultó. Al mostrársele las pruebas, la gallega se derrumbó y confesó haberlo ahogado por sentirse «agobiada» y «estresada».
Confesión que, posiblemente, sea de las pocas no infundada en la vida de la parricida. Su mundo virtual y el de Muki poco tenían que ver con la realidad.
Informó al titular del juzgado número 2 de Mahón que tuvo a César con 18 años. En 2007 se lo entregó a Alberto M, el noiés con el que vivía, para trasladarse a Menorca con el pretexto de buscar trabajo.
Los problemas comenzaron cuando Alberto empezó a cansarse de César. Y es que él no era el padre biológico. Como manifiestan los correos que se mandaba con una amiga de Galicia en su blog, el noiés la amenazó con enviárselo si ella no regresaba. «Está muy mosqueado porque me he venido a trabajar. Cuando se lo dije le pareció bien, pero claro, ahora se da cuenta de lo que es estar con el niño todo el día y no tener libertad para hacer lo que le dé la gana (...) Yo me he venido a trabajar, no de juerga, pero bueno, él sabrá lo que va a hacer», se despachaba.
Posiblemente sintiera miedo. Miedo de que se descubriera que, en realidad, estaba viviendo con un chico al que conoció a través de un chat en internet. Miedo de que éste descubriera la verdad y la abandonara. Porque en las Islas Baleares, Mónica no era madre.
Resolvió dejarlo con sus padres, con los que duró poco tiempo. Molestos con la actitud de la presunta parricida y, como si César fuera una maleta, lo metieron en el avión y se lo enviaron. Mientras, Mónica pensó la solución: César sería su sobrino, que los visitaba durante diez días. Se aprendió bien el papel, su pareja de Menorca contó que el niño se paseaba por la casa llamando «tía» a la gallega. Pasados los días estimados, el menor desapareció y Mónica le contó a su novio que había vuelto con su verdadera familia. El cadáver del pequeño hubiera permanecido en la maleta si no se hubiera descubierto dos años después: la coartada era perfecta. Los abuelos pensaban que vivía en Menorca y le enviaban regalos, su novio creía que estaba en Galicia y en el colegio del niño no notaban su ausencia puesto que Mónica lo descolarizó con el pretexto de cambiar de residencia a Menorca y llevarse a César con ella. El centro tramitó un traslado de expediente.
Pero una versión no sirve si no se sustenta con detalles. Y ahí entraba en juego el universo de Muki, como también se hacía llamar en su blog. «Por aquí todo bien. Al niño le hice ayer la comunión, lo pasó muy bien. Eran él y cinco amiguitos que hizo en el cole. Una pequeña merienda y listo. Muchos besos de César que habla de ti todavía, creo que eres la única de la que no se olvida». O « (...) El niño no fue de marinerito, fue bien vestido pero no de marinero». Ambos con fecha del 2 y 7 de noviembre de 2008. Después de matarlo.
«Siempre invitaba»
Desde aquel verano, Mónica trabajó de panadera en la cadena de tiendas Macxipà, y de limpiadora en un concesionario de Mahón, subcontratada por una empresa del Grupo Eulen.
Desde la panadería afirman que no «superó ni siquiera la primera prueba. «Nosotros buscamos un perfil muy diferente, una persona muy simpática, a la gente le gusta llegar y contar sus problemas», cuentan desde la central en Barcelona. «Creo que esta chica pasaba bastante desapercibida».
Es posible que se debiera a tener el suceso reciente. Porque fuentes del concesionario, en el que estuvo trabajando después de ser despedida de la panadería hasta el momento de su arresto, revelan todo lo contrario. «Le contabas tus problemas y siempre daba un consejo, parecía buena persona», comenta un mecánico. «Eso sí, recuerdo que a veces se escondía con el móvil y no paraba de mandar mensajes. Yo me compadecía del otro».
Una empleada que afirma mantener una relación más estrecha con la supuesta filicida, es la más asombrada. «Todavía no me lo puedo creer, cuando lo pienso se me quitan las ganas de comer». Cuenta la chica que Mónica la esperaba todas las mañanas para desayunar, y siempre la invitaba al café. «Nunca podía pagar yo».
En una de las conversaciones, que mantenían cuando salían fumar, Mónica le contó que tuvo un hijo, al que su hermano mató en un accidente de tráfico. «Me dijo que por eso no se llevaba con su familia, su hermano se sentía culpable, y sus padres se lo reprochaban. También me contó que seguía con el padre del niño, pero que cuando era su aniversario no podían ni mirarse a la cara porque recordaban el momento». Lo que más le sorprendió a la trabajadora del concesionario es que el día anterior a que la Policía la detuviera, Mónica se presentó en el trabajo para avisar de que estaba enferma y que no podría ir a trabajar al día siguiente. «Me pareció muy exagerado porque si te encuentras mal, llamas. Ahora pienso que era una despedida».
A pesar de que en la empresa la imagen de la gallega era «la de una persona normal», sí que coinciden en calificarla de «distante» y de tener unos principios inquebrantables. «No era nada flexible con las versiones de los demás», opina la chica.
A finales de semana, Mónica, con sus características trenzas rubias, fue trasladada a la prisión de Palma, donde estará bajo régimen de prisión provincial comunicada y sin fianza. Será un juzgado popular quien se encargue de decidir sobre la inocencia o culpabilidad de la homicida confesa.
Incapacidad mental
Por su parte, el abogado de Mónica, Carlos Maceda, ha basado la defensa de su cliente en que ésta se encontraba en una situación crítica de su vida, lo que generó una incapacidad mental transitoria. «Reconoce que fue ella quien lo mató porque se lo encontró en sus brazos, pero no tiene imágenes ni recuerda el suceso, como si hubiera actuado como una máquina», alegó el letrado.
No obstante, para el Cuerpo Nacional de Policía la gallega estaba perfectamente en sus cabales ya que después del crimen intentó por todos los medios esconder los hechos.
El psiquiatra Javier de las Heras considera que el comportamiento de la gallega es propio de personas con trastorno antisocial. «Desprecian los sentimientos y sólo piensan en ellos mismos. Si son inteligentes tienen una gran capacidad para disimular su ausencia de ética, su insensibilidad hacia el sufrimiento de los demás, su impulsividad y su irresponsabilidad y negligencia».
El famoso psiquiatra alemán Kurt Schneider los definió en su día como psicópatas desalmados. «Sujetos que carecen de compasión, vergüenza, sentido del honor, remordimientos y conciencia moral», los definió. Y concluyó: «No debemos olvidar que los desalmados criminales viven en sociedad. Criaturas duras que caminan sobre cadáveres». Mónica en sociedad era Muki. Aunque su mismo apodo la delata: significa «el que asfixia» en quechua.
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