Tokio
Cementerio vertical para el «descanso» sostenible
La torre Moksha es un enorme jardín vertical planeado para que las diferentes religiones de la India puedan celebrar sus rituales funerarios de la forma más ecológica posible
Un edificio que, simbólicamente, actúe como vínculo entre el cielo y la tierra, y donde los difuntos descansen en paz ocupando poco espacio y respetando el medio ambiente. Éstas son las principales ideas del proyecto «Moksha Tower» desarrollado por dos estudiantes del Instituto Tecnológico de Illinois (EE UU) para la ciudad india de Bombay.
La densidad de esta población deja poco espacio para los vivos, y mucho menos para los muertos. Con más de 20 millones de habitantes, la densidad de Bombay es de 0,12 m2 por cada 1.000 habitantes, lo que promueve la urgente necesidad de buscar soluciones de espacio, como un cementerio vertical.
Con el apoyo financiero del «Consejo de Rascacielos y el Hábitat Urbano» (Ctbuh, en sus siglas en inglés), Yalin Fu y Lin Ihsuan han diseñado un verdadero jardín vertical. Su fachada está formada por varias capas: una piel exterior de vegetación, vidrio, otra capa de plantas, material de tejido y una estructura metálica de acero. Como explican los promotores del proyecto, se ha hecho especial hincapié en «la relación del rascacielos con el lugar y el medio ambiente, teniendo en cuenta el clima y la sostenibilidad», pero además, se ha incluido la tecnología de las granjas verticales para ayudar a aliviar los problemas ambientales relacionados con el espacio y la energía.
«Los acuíferos verticales ayudan a recoger el agua de lluvia y su reutilización para ayudar a resolver el creciente deterioro mundial de los recursos hídricos. La tecnología del edificio también abarca las energías renovables con la implantación de parques eólicos y placas solares», detallan los arquitectos.
Multicredo
El fin de la torre es satisfacer las necesidades del proceso de enterramiento de varias culturas, todo traducido en un contexto urbano. De este modo, el rascacielos cuenta con las instalaciones necesarias para que musulmanes, cristianos, hindúes y parsis, puedan celebrar sus ceremonias religiosas, liberando a la vez una cantidad significativa de espacio para los vivos. Pero eso no es todo: el cementerio cuenta además con numerosos espacios verdes como jardines y parques abiertos para el público en general, que ayudarán a absorber el CO2 de la ciudad y a reducir el efecto de «isla de calor».
El edificio se divide en cuatro plataformas principales. La planta baja está dedicada a la cultura hinduista e incluye una sala de oración, un espacio para la cremación y un río para depositar las cenizas de los difuntos. El siguiente nivel corresponde a los musulmanes, con instalaciones para celebrar el ritual del lavado, envolver el cadáver y enterrarlo con la cara mirando a la Meca. Todo sin ataúd. Para los cristianos, el edificio cuenta con una capilla, zonas de oración, rezo y culto al cuerpo así como nichos para el entierro. Y por último, en las plantas superiores, se encuentran las instalaciones para los parsis, como se les conoce a los zoroastrianos en la India.
A diferencia del resto de culturas, aquí la cremación y el entierro del cuerpo no están permitidos. Los parsis llevan a sus muertos a las «Torres del Silencio», donde los buitres comen los cuerpos. Por esta razón, el rascacielos tiene instalada en su azotea una torre del silencio. Una vez que los huesos toman el color blanco, por la intervención del sol y del viento, son arrojados al osario ubicado en la parte central del edificio. Eso sí, este cementerio permite el almacenamiento de los muertos sólo durante un período de tiempo cinco o diez años) con el fin de garantizar la capacidad del edificio para dar cabida continuamente a los fallecidos.
Los diseñadores de esta torre muestran preocupación por la huella de carbono que deja el manejo de los muertos. Hay que tener en cuenta que tanto la cremación de los cuerpos como los enterramientos tienen un importante impacto en el medio ambiente. Un estudio elaborado en el cementerio australiano Centennial Park asegura que las chimeneas de las incineradoras emiten 160 kilos de CO2 por cuerpo, mientras que enterrar a una persona implica 39 kilos, a lo que hay que sumar el mantenimiento y el impacto ambiental de los ataúdes de madera y los productos químicos que utilizan en su tratado.
Otro dato interesante: en Gran Bretaña, la quema de empastes dentales en hornos crematorios representa una quinta parte de las emisiones de mercurio del país. Y no es el único elemento que podemos encontrar en el interior de un cuerpo que pueda dañar el medio ambiente: los marcapasos con pilas o incluso elementos tóxicos derivados de una quimioterapia pueden hacer mucho daño cuando el cuerpo se quema o se entierra.
Por eso, estos jóvenes arquitectos proponen adoptar nuevas tecnologías en el sistema de manejo de los muertos con el fin de disminuir la contaminación urbana que a menudo se produce en los cementerios tradicionales.
Por todo el mundo
En la ciudad de Tokio, Japón, podemos encontrar la necrópolis Kouanji, un edificio de seis plantas preparado para albergar hasta 100.000 difuntos. Aquí todo está automatizado gracias a una tarjeta magnética identificadora. Los familiares pueden honrar así sus cenizas mediante un sistema que localiza la urna, y mediante un sistema de brazos mecánicos la lleva hasta la habitación del duelo.
Brasil cuenta con el cementerio vertical más alto del mundo. Se trata del Memorial Necrópolis Ecuménico y se encuentra en la ciudad de Santos. Esta necrópolis lleva funcionando desde 1983 y está formada por tres edificios a diferentes alturas –el más alto mide 108 metros (40 pisos)– que pueden albergar hasta 40.000 nichos. Con unos servicios equiparables a un hotel de cinco estrellas, el Memorial se encuentra rodeado de jardines con animales exóticos y una laguna interior con peces multicolores.
También existe la opción australiana: enterrarse de pie. En el Darlington Cemetery Trust, al oeste de Victoria, se está construyendo un área de cuatro hectáreas para albergar 40.000 cuerpos. Aquí no existen tumbas horizontales, sólo agujeros cilíndricos de tres metros de profundidad. Los cuerpos no se introducen en ataúdes, sino en bolsas biodegradables, y en cada tumba se planta después un árbol. Sin duda, la opción más ecológica para pasar a la otra vida.
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