Salamanca

Una tarde para tres dispares versiones

Última de feria. Se lidiaron toros de García Jiménez. El 2º, sobrero de Olga Jiménez. El 5º, sobrero de Ortigao Costa, bien presentados, noble y flojo el 1º, muy manejable el 3º, de poco juego el resto. Casi lleno. - Morante de la Puebla, de pizarra y oro, buena estocada, aviso, descabello (saludos); estocada, descabello (saludos).- El Juli, de nazareno y oro, estocada (oreja); estocada (saludos).- El Fandi, de azul y oro, pinchazo, estocada baja (oreja); casi entera (silencio).

Una tarde para tres dispares versiones
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La tarde nos dejó tres dispares versiones del toreo. La primera tuvo cadencia. Toda la que corre a cargo de Morante, aunque no encontró la comunión con el público y la pasión no acabó de desatarse. El Juli se apuntó su tanto en ese difícil equilibrio que maneja a la perfección: leer el código al toro y ganarle la partida. Por elevada que sea, de pronto, ante nuestros ojos, se resuelve la incógnita. El Fandi no las desvela, sólo enseña al público una retahíla de pases y más pases que le valen para sumar orejas. Eso hizo ayer con el buen tercero, el mejor del encierro. Y pasó más ligero con el complicado sexto. Dos sobreros remendaron el encierro de García Jiménez, que estuvo bien presentado, pero no acabó de rematar en el juego.

Un suspiro duró en el ruedo el segundo. El sobrero de Olga Jiménez no se lo puso del todo fácil a El Juli. Más bien El Juli se lo puso fácil al toro. Iba descompuesto, sólo media arrancada si le obligabas y a regañadientes, pero la fuerza muletera de Julián empuja a los toros una cuarta más. Por abajo hay que ir, por mandamiento del torero. Y acabó por ir, después de convencerlo con alguna tanda diestra primero, de naturales después, y la definitiva, en redondo. Ya había dejado buenos momentos capoteros con el quite por delantales pero el broche de oro llegó con la estocada, no sólo porque le quedara arriba, sino por cómo hizo la suerte.

Suave torería

Tampoco lidió en quinto lugar el de la divisa titular. En una vuelta de campana se sentenció. El sobrero de Ortigao Costa apretó de salida en el capote y se vació después. A partir de ahí la muleta le pareció más un objeto molesto que a perseguir. Juli puso mimo, técnica, ilusión y hasta fe. Y por momentos su ilusión también fue nuestra, pero andaba la cosa tan justita y los recuerdos tan vibrantes que nos costaba resignarnos. Se volcó en la suerte suprema, se cobró una buena estocada y hubo petición... Pero no lo merecía.

Morante dejó en el aire salmantino el poso de la armonía. Así, para abrir boca. De repente, sin apenas darnos cuenta, se puso a torear al primero de la tarde, tan noble como justo de fuerzas, con suavidad en unos derechazos tan largos que resultaban casi redondos, a un pasito del circular bonito, cadencioso. Disfrutó Morante. Y la plaza se dejó llevar, sin volverse loca, aquello era como un susurro, como una caricia, que gustaba aunque no llegara el arrebato. La faena contuvo belleza de principio a fin. Y la espada entró y la muerte demoró. Pero la torería había calado.

En las antípodas estuvo la faena al cuarto, que tuvo irregulares las embestidas con un denominador común: puntear el engaño. Morante no logró superar aquello y se le ensució la faena en demasía. El espesor cundió después para cerrar la última del abono salmantino.