Damasco
Árabes sin ilusiones por MANUEL COMA
En el mundo árabe-islámico de hoy un voto auténtico sólo puede resultar en más islamismo, no en menos
El que vive de ilusiones, muere de desengaños. Para no sentirnos excesivamente frustrados hemos tendido a la desatención y la indiferencia, tras los exultantes entusiasmos de comienzos del año. Después de las elecciones, Túnez ha desaparecido del radar, pero lo importante es como se está fraguando un Gobierno dominado por islamistas. Tenemos encima unas primeras elecciones egipcias, enormemente indicativas, de las que casi no se habla, quizás porque nada bueno se espera. Tampoco de lo que hacen los libios, que no caminan hacia ninguna radiante democracia. Sólo Siria, con su chorreo semanal de muertos, alcanza las primeras planas. Y de vez en cuando Yemen, por el mismo siniestro motivo.
Atrás queda el optimismo antropológico de que todo ser humano aspira a la libertad y a ser dueño de su destino. Una gran verdad llena de matices. Hay muchas maneras de concebir la libertad y de identificarse con los que mandan. Es muy obvio que no todo el mundo ama la libertad ajena y no la percibe como una amenaza a la propia, que sólo se afirma con la supresión de la hostil. Lo que para unos es el libérrimo ejercicio de su albedrío para otros puede ser un escupitajo a sus creencias y a su sensibilidad moral.
La democracia es la ley de las mayorías, pero no hace a las mayorías demócratas. En el mundo árabe-islámico de hoy un voto auténtico sólo puede resultar en más islamismo, no en menos, y ésa es la cuestión desde el principio de los estertores árabes. Las derivas corruptas y despóticas de los supuestos modernizadores socialistas que se hicieron con el poder tras las descolonizaciones resultaron en una reacción islamizadora a la que ahora le llega el turno. Han pasado años y la incógnita, relativa, es qué significa hoy islamismo, que en el mundo suní se puede concretar, grosso modo, en la familia político-religiosa de los Hermanos Musulmanes.
No son del todo compactos ni homogéneos, no forman una internacional disciplinada con un liderazgo central, difieren de uno a otro país. De ellos se han separado los yihadistas que utilizan el terrorismo como su principal instrumento, lo que dejaría al resto libre de la sospecha de ese recurso sistemático al asesinato político, pero no es ése el caso de Hamas, la rama palestina del proteico movimiento que domina en Gaza. Por otro lado, siguen compartiendo con los radicales violentos la aspiración al Califato, una gran estructura imperial que unifique bajo un solo Gobierno a toda la Umma, la comunidad de los creyentes, y la imposición de la sharía, la ley islámica, pero no cabe duda de que en cada caso se deja sentir poderosamente el peso de lo nacional y el califato se difumina entre las brumas de la utopía, mientras que hay grados en la importancia que se le adjudica al papel jurídico de las disposiciones coránicas. La democracia es vitanda, porque es el gobierno de los hombres que así arrebatan prerrogativas que sólo a Dios corresponden, pero sirve para conquistar el poder al menos la primera vez, y no deja de haber algunas divisiones doctrinales sobre su valor. Si todas estas disquisiciones cambian algo importante o son pelillos a la mar lo vamos a ver en los próximos meses.
Mientras tanto, las revueltas conmocionan las estructuras nacionales, bastante frágiles en algunos casos, y todo el conjunto del siempre inestable Oriente Medio, en direcciones difíciles de predecir, pero en todo caso destinadas a crear alteraciones en los equilibrios de poder con el consiguiente peligro de conflictos. El árabe-israelí no recibe ningún favor de la situación existente, sino que incrementa las alertas. La línea de fractura entre shiíes y suníes no hace más que acentuarse. La revuelta árabe les ha estallado en la cara a los ayatolás, lo que acentúa su premura por alcanzar el arma atómica como garantía última de pervivencia. El tema tiene su epicentro en Siria, país árabe y aliado clave de la revolución islámica iraní. La revuelta interna puede llevar al poder a una versión considerablemente radical de ese islamismo suní que todos los dictadores monárquicos o republicanos tratan de contener, cada uno dentro de sus fronteras. Pero cualquier connivencia con la represión que Damasco ejerce no engendra más que desprecio entre sus propias poblaciones, que se sienten hermanadas con las víctimas sirias de la represión. Por otro lado, la caída del régimen aliado de Teherán es un duro golpe a un enemigo latente pero implacable. Las condenas turcas y árabes contra el régimen de Bachar Al Asad inclinan finalmente la balanza del lado de los inquietantes rebeldes.
Nada es definitivo. El proceso seguirá dando coletazos.
MANUEL COMA
Presidente del Grupo de Estudios Estratégicos
✕
Accede a tu cuenta para comentar