Giro de Italia

Ciclismo

Ni un día de descanso

Fedrigo gana en Pau a las puertas de las etapas alpinas en las que descoser el amarillo de Wiggins

Ni un día de descanso
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Aunque lo parezca, por la tranquilidad y parsimonia que atestiguan la placentera docena de minutos con la que el pelotón se plantó en Pau, no hay un día de relax, de levantar el pie y darse un plácido paseo en bicicleta por las carreteras del Tour. De eso nada. Se pudo comprobar gracias al acierto de reducir en kilometraje una etapa que nada más de sí podía haber regalado en 190 o 200 kilómetros. Con los 158 que marcaba el perfil, era más que suficiente.

El ciclismo, que a veces, tantas, es esquivo a ofrecer al mundo toda la belleza que atesora, regaló unos setenta primeros kilómetros trepidantes de culto y honra a este deporte. Lo que acostumbra, pelea incansable, hambrienta y casi convertida en cuestión de vida o muerte para tantos equipos que, entrados en la tercera y temible última semana de carrera se apresuran, pues aún no han logrado cruzar su maillot en primera posición por la meta.

En ese camino de dignificación a los dos pedales trabajó prácticamente todo el pelotón, que afilando espadas se lanzaron a por la fuga. 90 kilómetros de pelea para los «outsiders» en busca de la gloria. Los otros, los líderes como Evans, Nibali y Van den Broeck lo que afilan son los cuchillos. Quieren cortarle la cabeza al rey Wiggins.

Hasta Pau, ciudad amante del ciclismo español, victorias de Pereiro, Freire, Mercado y Bahamontes, de Delgado o Murguialday y Torres aquí lo atestiguan, pretendía el Sky llegar en marcha celestial. En calma. Por eso la pelea sin fin y como si no hubiera un mañana –el hoy que es la jornada de descanso y permite estirar las piernas– por coger la fuga les sentó tan mal.
Boasson Hagen, harto de que no se formara, levantaba los brazos frente a todos. ¡Paz! Suplicaba. Después era Eisel. Tiempo muerto, sugería gesticulando con las manos en alto. No les hizo caso nadie, ni Sorensen, bendito loco que con Fedrigo, Voeckler, Devenyns y Vande Velde en cabeza ya, al fin se sublevó y se marchó en solitario. Su equipo, el Saxo Bank, en una táctica inédita hasta ahora y al ver que Sorensen no lograba contactar, avisó cambiando el ritmo en el pelotón. «O le dejáis entrar o aquí no llega nadie fugado a Pau». Parón.

De poco le sirvió la entrega al equipo de Riis, ni el primer ataque que fue de Sorensen a ocho de meta, a las puertas de Pau. Fue la lanzadera para Fedrigo, el chico de la nariz más grande de Pau y el sprint más majestuoso.