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La Razón
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Es un auténtico alucine lo que las nuevas tecnologías, y en especial internet, nos facilitan la vida. Todo está ahí, el tío Google contesta a todas nuestras preguntas, sin una queja, sin una duda. Yo, cuando tengo un ratito de aburrimiento, pongo mi nombre y me entero de por dónde andan viajando mis obras. Veo críticas, fotos, vídeos que no conocía. Un flash. Y, por si no lo saben, pinchen dos veces una palabra de este periódico y verán que les sale el significado y la etimología. Impresionante, ¿no? Y luego las redes sociales, que aunque se diga: «Vale menos que un amigo de Facebook», y es verdad, bien enganchados que nos tiene a muchos. Facebook es como un patio de vecinos pero a lo bestia. Y, salvo los que lo usan sólo para intereses profesionales, tienen garantizado cotilleo a discreción. Asimismo cada miembro de la red tiene la posibilidad de colgar sus grandezas y miserias, y que su grupito de amigos le deje comentarios.

Los hay que cuelgan sus fotos más personales, o poemas o frases o músicas. O se graban o cantan. Las redes dan la posibilidad del estrellato a cualquier desdichado, y por qué no. Ahora bien, el que no quiere poner, al que sólo le gusta mirar, puede hacerlo sin problema. Agazapadito tras la máquina.

Las máquinas nos dan, desde luego, pero también nos roban. Nos roban el contacto. Y la memoria. Es tan fácil encontrar cualquier información que nuestra cabeza la desecha de la misma manera. Cada vez ejercitamos menos ese músculo tan importante para la vida y, hoy, hasta los jóvenes sufren desmemoria. Debemos, al menos, ser conscientes ya. Porque podríamos estar yendo hacia sociedades amnésicas. Todavía más.