Estreno

Un «pin up» masculino por Sergi SÁNCHEZ

Un «pin up» masculino, por Sergi SÁNCHEZ
Un «pin up» masculino, por Sergi SÁNCHEZlarazon

Quería salir en los títulos de crédito con las letras bien grandes. Bien, bien grandes. Quería que su fama no fuera eclipsada por la de Marilyn Monroe. Quería quejarse, reivindicar su nombre, que su seudónimo de chico del Bronx que había llegado muy, muy arriba, acabara brillando en primer plano. Ocurrió durante el rodaje de «Con faldas y a lo loco» (1959), una de las mejores películas de Tony Curtis. Billy Wilder escuchó atentamente a su estrella y le dijo: «Tu problema, Tony, es que sólo te interesan los pantalones pequeños y los créditos grandes».
La anécdota tiene su miga, porque define toda una carrera: la de un actor que nació casi como «pin up» masculino, y que, bastante consciente de la importancia de su físico (el mismo Tony Curtis se diseñaba la ropa para que le quedara ceñida al cuerpo), explotó su imagen de guaperas de postal para ganar fans –confesó que su primer matrimonio, con Janet Leigh, fue de conveniencia: a los dos les interesaba la fama–, y la de un actor que quería ganarse el respeto de la profesión y el público, demostrando que era algo más que una cara bonita.
Lo más relevante de su trayectoria dura quince años, en un paréntesis que abarca desde su éxito como galán en «El gran Houdini» (1953) a su otro gran éxito en la violenta deconstrucción de ese arquetipo en la durísima «El estrangulador de Boston» (1968). Su probada eficacia en territorio cómico –con hitos como la citada película de Billy Wilder, «Operación Pacífico» (1958), «Adiós Charlie» (1964) o «La carrera del siglo» (1965)– eclipsó su valía en territorio dramático –«Trapecio» (1954), «Los vikingos» (1958), «Fugitivos» (1958), su única nominación al Oscar, y, por supuesto, «Espartaco» (1960).
Pero no fue hasta la producción de Richard Fleischer, donde interpretaba a un psicópata con la frialdad temblorosa de un intérprete que se jugó a una única carta la imagen que había construido laboriosamente. No resulta extraño que después Tony Curtis se refugiara en la televisión, en una vida sentimental y sexual de lo más tumultuosa, en sus declaraciones a la vez incendiarias y ridículas. No podía ir más allá de «El estrangulador de Boston»: fue su cúspide y su límite.