Buenos Aires
Testosterona pública
Cada vez que al aeropuerto de Buenos Aires llegaba el avión privado del Fondo Monetario Internacional (FMI) empalidecían los altos funcionarios de la Casa Rosada, que ya llevaban días sin dormir peleando con papeles y cifras. Y es que nunca contamos con el factor humano y los mandatarios nos parecen dioses griegos que nunca van al lavabo. Mi llorada Carmen Díaz de Rivera me contaba cómo una autoridad del Estado la llegó a tumbar sobre una mesa de billar y sólo con Dios y ayuda logró salir indemne del trance. No fue Supure; le preguntaron por ello y contestaba: «Qué más quisiera yo, pero no se deja». Las mujeres pueden tener mala leche, pero la progesterona que producen limita su agresividad. La testosterona, en cambio, es una autopista rectilínea y sin señalización que acompaña al varón toda su vida. Sólo así se explica que el todopoderoso Dominique Strauss-Khan, que decide cuánto dinero público va o deja de ir a países endeudados y en qué condiciones, asalte a una camarera de habitación en un hotel neoyorquino. Tiene el garañón antecedentes sicalípticos, pero no habría que descartar del todo una celada, dada su condición de delfín del dividido socialismo francés. Con otras tretas, el presidente Sarkozy ya se deshizo de su rival, el bello y erudito Dominique de Villepin. Desde Napoleón hay que tener cuidado con los hombres de escasa estatura porque pareciera que concentraran mayores dosis de testosterona. A ver cómo te defiendes de la palabra de una mujer. Puede ser un acoso, pero también un vuelco en la política francesa porque Ségolène Royal ya no le sirve al PS. Cuánto más importante sea el hombre, menos ropa ha de quitarse. Y mucho menos en un hotel.
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