Londres

La madre busca a Madeleine por Francisco Pérez Abellán

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Esta mujer hermosa que es Kate McCann desnuda sus sentimientos en un libro que acaba de salir en Londres, «Madeleine», en el que siguiendo las notas de su diario, la madre de la pequeña inglesa perdida en Algarve –en Playa de Luz–, hace memoria de su calvario desde el momento mismo en el que perdió a su hija.

Madeleine desapareció el 3 de mayo de 2007 y la Policía portuguesa, al frente de la cual estaba el comisario Gonzalo Amaral, difundió hipótesis que señalaban a los padres. Eran imputaciones indiciarias, sin pruebas. Al hilo de las mismas florecían los rumores que señalaban a la madre como «la mala de la película», fría e incapaz de emocionarse. Nada más lejano de la realidad: Kate estaba sufriendo ataques de nervios, olas de pánico y pesadillas. Una nube de angustia recorría su interior hasta paralizarla, convertida en un vegetal casi comatoso sin deseos ni capacidad de iniciativa. Ella no podía sentir ninguna clase de placer, ni siquiera el más inocente, como escuchar música o leer un libro. Todo ese volcán de sentimientos se movía en su dermis, mientras que en la superficie había unos labios sellados, un gesto de dolor congelado, la pena agarrada a un peluche, que era el preferido de Madeleine.

Kate y Garry, médicos ingleses, –ella de cabecera, él cirujano– fueron hace cuatro años a pasar unas vacaciones a Portugal. Estaban con unos amigos y dejaron a los tres hijos durmiendo cuando bajaron a cenar a un restaurante a pocos metros de su habitación. De hecho, durante la cena los invitados se turnaban para comprobar que los niños dormían mientras ellos cenaban. Al levantarse a vigilar en una de las ocasiones detectaron que algo había pasado: Madeleine no estaba. Nadie la ha vuelto a ver.

El comisario portugués encargado de la investigación tenía en principio fama de culto y preparado, aficionado a los trajes de Hugo Boss y a los complementos como las gafas de sol. Pero de pronto empezaron a llegar ideas descabaladas, como la de que los padres daban una fuerte medicación a los hijos y que podrían haber intervenido en la desaparición de la pequeña. Los más avezados interpretaron los mensajes desde el principio: la investigación no iba por buen camino. Señalaron a los padres como presuntos implicados, por lo que ellos, en cuanto pudieron, salieron del país, sin dejar en ningún momento de buscar a Madeleine. La Justicia portuguesa acabó rehabilitándolos. Se lo merecieron de sobra.

Les habían quitado a su hija y los señalaban con el dedo. Amaral no parecía tener otra cosa que inquina, hasta tal punto que sus jefes le apartaron de la investigación. No valieron ni los perros ingleses, especialmente entrenados para detectar sangre –aunque haya pasado el tiempo–, ni la inspección ocular, ni los CSI portugueses. Los padres sólo eran unas víctimas a las que la Policía había hecho mucho más difícil soportar la pesadilla.

Kate y su hermosa cabeza rubia, trastornada. Gerry McCann, en el papel del más duro de los dos. Y su matrimonio contra las cuerdas. Todo matrimonio que pierde un hijo se queda zombi. Ambos se echan la culpa de lo que pasó, como si de verdad la tuvieran. Yo dije que había que creer a los McCann mientras no se demostrase lo contrario y cuatro años después ellos siguen pensando en encontrar a Madeleine, a la que creen viva, quizá secuestrada, víctima de uno de los miles de pederastas que recorren el mundo y la red.

Imaginen que tienen razón, imaginen que dan al mundo una lección de coraje y humildad. Los niños no están seguros, puesto que desaparecen en una pesadilla sin fin. Los padres de Madeleine critican la investigación y la mujer cuenta en sus confesiones, como madre destrozada, que continuará en la batalla hasta que consiga dar con ella. Las ganancias del libro serán para el fondo del que se paga a los detectives que buscan a la niña, «Find Madeleine»: «Encontrar a Madeleine». Algunos son españoles.