Literatura

Alicante

Matilde Asensi: «Escribo de amor pero no soy Moccia»

«La conjura de cortés»Matilde AsensiPlaneta384 páginas, 21,50 euros.E-book: 9,99 euros.

Matilde Asensi: «Escribo de amor pero no soy Moccia»
Matilde Asensi: «Escribo de amor pero no soy Moccia»larazon

Catalina Solís se impone definitivamente a su alter ego, Martín Nevares, en el cierre de la trilogía de Martín Ojo de Plata, «La conjura de Cortés», pues conoce el amor. Matilde Asensi da carpetazo al Siglo de Oro español, que le ha servido para desarrollar una historia de aventuras y acertijos de ida y vuelta, como los cantes flamencos, ya que salta a uno y otro lado del Atlántico.

-Colocar a una mujer como heroína altera ciertas reglas del género. ¿Cuál es la principal diferencia cuando el héroe viste falda?
-Ella tiene más conciencia que un héroe masculino, que coge la espada con más facilidad. Todo lo que hace no es por deseo propio, sino porque se lo prometió a su padre. Siempre se está cuestionando si está bien o mal. Cuando no le queda más remedio, lo hace, pero si puede evitarlo con alguna treta, que es algo típicamente femenino, no emplea la violencia.

-Una de las mayores novedades de este volumen con respecto a los anteriores de la saga es la aparición del amor, aunque la protagonista, en un principio, lucha por que no se le note.
-El amor aparece en varias de mis novelas, porque es ridículo que no fuera así, pero reconozco que no es mi género, no soy Federico Moccia. Mi fuerte es crear aventuras, pero la saga empezó cuando Catalina tenía 16 años y ahora alcanza los 23. En este espacio de su vida, cuando las hormonas atacan más, no sería lógico que no se rindiera al amor. Aun así, creo que no he caído en lo Corin Tellado. Lo he llevado con humor.

-Dice que está en pleno jet lag de cuatro siglos, un trance que conoce bien porque lo ha hecho en otras ocasiones. ¿Nunca le tienta reflexionar sobre el presente?
-En absoluto. Si dejara de escribir género de aventuras sólo quedaría Pérez-Reverte. Son legión los que publican sobre asuntos de hoy, mientras que los que nos dedicamos al género en este país somos una minoría absoluta.

-¿Pero lo sigue haciendo por vocación o porque cree que hay una ausencia de este tipo de historias de producción española?
-Hago lo que me gusta y el día que no me satisfaga, lo dejaré. Es más, si eres lector, eres capaz de pillar a un escritor que te engaña. De mí no creo que puedan decirlo porque me apasiona.

-Subraya que es fundamental para usted ser fiel a los hechos históricos, como periodista que fue. ¿Servidumbre o reto?
-Es un juego. En definitiva, la Historia es un puzle, en función de lo que interesa al Gobierno o al monarca de turno, las piezas se ordenan de una manera o de otra. Lo divertido es llegar, tirarlo todo abajo y volver a montarlo.

-Dada su labor de documentación y que escribe de noche, el proceso de creación debe suponer un gran aislamiento...
-La vida de un escritor hoy es una locura. Consiste en meses de aislamiento y trabajo y luego saltar a bailar en el tablao de la promoción. Te arrancan de tu soledad y te suben al escenario...

-Apuesta por lugares lejanos, parece que no confía en la máxima de que lo local es, en realidad, lo más universal.
-Llevo años diciéndoles a mis vecinos alicantinos que no voy a escribir sobre Alicante, pues no me inspira nada.

 

«Internet es quien hace hoy los éxitos literarios»
Matilde Asensi aún recuerda que «El último catón» vendió un millón y medio de ejemplares sin que se publicara una reseña en la prensa. Acusa a «los mandarines de la crítica» de luchar contra el género de aventuras por considerarlo «novelas para lectores poco exigentes». Asegura que fuera de España, la concepción es distinta. Se felicita de que «afortunadamente, todo ha cambiado, radicalmente, gracias a internet, que es el medio que hace ahora los grandes éxitos literarios. Da igual lo que escriba la crítica si la gente en la red lo recomienda». En la aldea global no le va tan mal. Su editorial empezó a hacer cuentas y cuando llegaron a 20 millones de lectores, la escritora pidió que pararan. Le temblaban las piernas.