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Ideología y miseria por José Luis Alvite
Reconozco que siempre tuve cierta inclinación anarquista y que aún me seduce la vieja tentación de romper con cualquier formalidad del orden social, dejarlo todo y vivir entre la dignidad y la miseria, en ese estrecho margen civil en el que no se sabe muy bien dónde acaba la anarquía y dónde empieza la indigencia. España ha sido siempre un país de raigambre anarquista, con una rica tradición asocial y nihilista. El problema que se le plantea al anarquismo es que pierde militantes en la medida en la que prende la prosperidad económica y la gente se da cuenta de que la anarquía es una tentación ética de los pobres, del mismo modo que en muchos casos la bohemia es una tentación estética de los esnob, hasta el punto de que al verse privada del sustento económico que avala su pereza social, la anarquía se convierte en vagancia y la bohemia se degrada en indigencia. No me importa reconocer que mi expectativa se basaba en confiar en que una revolución anarquista se llevase por delante el rígido orden moral y arrasase unos cuantos conceptos herméticos que me impedían aquel delirio entre el nihilismo y la pereza. Contaba con que una horda revolucionaria subvirtiese los principios, arrasase la escuela y aboliese la higiene, suprimiendo de un plumazo los exámenes, el congrio guisado y el gabán. No recuerdo que mi madre se mostrase muy preocupada por mis tentaciones anarquistas. Ella siempre supo que en el caso de ser incapaz de subvertir el orden social, yo me habría conformado con la cuota de sordidez ideológica que suponía que me dejase bañarme en el agua en la que se hubiesen aseado mis primas. Yo ya sabía entonces que no siempre un pensamiento es mejor que una erección.
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