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OPINIÓN: Navidad (II)
Hace unos años, unas amigas, ante la inevitable pregunta de estos días «¿Dónde iréis en Nochevieja?»-, me sorprendieron con su respuesta: «A casa, veremos la tele, tomaremos las uvas... y poco más; luego a dormir... total, es una noche como la de cada jueves o sábado y encima hay más gente y todo es mucho más caro». A pesar de la crisis, nos bombardean con «fiestas, compra de regalos, cenas, cotillones», y... si no entras en el juego eres «raro, raro, raro», porque ¡esto es Navidad! Y es que con el disfraz del consumo, el despilfarro, las palabras convencionales de unas frases que suenan a hueco en un mundo deshumanizado, o entre los sentimentalismos superficiales, hemos ocultado a Dios. Pero… «no queremos en forma alguna, renunciar a la celebración cristiana de la Navidad… entre otras muchas razones por respeto a quienes no piensan ni creen como nosotros; pues sería un fraude ofrecerles la envoltura de un misterio religioso admirable, y que dentro no encontraran más que pura filfa y vacío». Son palabras del cardenal Amigo siendo todavía Arzobispo de Sevilla. Las distintas celebraciones litúrgicas de estos días son una catequesis perfecta. La alegría inicial -fontal- es el nacimiento de un niño, Dios encarnado, el Enmanuel, y como dice el clásico: «Si hacemos fiesta cuando nace uno de nos, ¿cómo no la vamos a hacer cuando nace Dios?». Pero Dios no sólo se hace niño, humilde y sencillo; también se hace familia, es decir, comunión; y es la Luz del mundo, y el Príncipe de la Paz, y Esperanza para toda la humanidad; y por eso se manifestará a todos los pueblos y culturas como Mesías esperado, Salvador. La Nochebuena y el día de Navidad, la Fiesta de la Sagrada Familia, el día de Año Nuevo, Solemnidad de María Madre de Dios y Jornada Mundial de la Paz, y la Epifanía... son oportunidades de vivir intensamente el don que para cada hombre supone la Encarnación de Dios. Este niño, años después, dirá de sí mismo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». Todo hombre ansía vivir, ser feliz... Jesús, el Hijo de María de Nazaret, el Hijo de Dios, es el Camino que hace feliz y conduce a la felicidad plena, la Verdad que hace libres y humaniza nuestro mundo, y la Vida en mayúsculas -sin muerte ni amargura- que todos anhelamos. Más allá de frases vacías y repetitivas, de deseos bienintencionados pero sin base sólida, o de ñoñas añoranzas de tiempos pasados, quiero invitarte, querido lector, a la Esperanza, porque «ha amanecido la Vida, y todo es posible». Sólo es preciso dejarse encontrar por este Dios que te ama y te busca. Por eso mi deseo, hecho oración, es que puedas experimentar la bendición aaronítica que hoy se proclama en la primera lectura y que recibiremos al concluir la Eucaristía: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la Paz».
Luis Emilio Pascual
Capellán de la UCAM
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