Historia
Las facturas de la fiesta
Los golpistas liquidaron en 18 horas 200.021 pesetas en comida, bebida y tabaco. Desaparecieron del bar 143 botellas de whisky, 94 de vino y 16 cajas de cerveza
Treinta años de una tarde de lunes en la que España pudo caer otra vez en el pozo. El próximo miércoles se cumple el trigésimo aniversario del 23-F, una fecha para olvidar y que, sin embargo, permanece indeleble en la memoria de quienes fueron, por imperativo de la autoridad militar, testigos del golpe que pudo quebrar la entonces incipiente democracia española. De aquella fatídica madrugada, el Congreso de los Diputados no sólo conserva los 37 impactos de bala que se aprecian en la bóveda del hemiciclo y la galería superior de tribunas; guarda con celo también el acta redactada unos días después por los secretarios de la Mesa (Víctor Manuel Carrascal Felgueroso, Leopoldo Torres, Soledad Becerril y José Bono).
Un total de 35 folios de una reconstrucción que responde a lo que observaron y escucharon en vivo y en directo, pero que fue posible relatar minuciosamente negro sobre blanco gracias a las cintas magnetofónicas facilitadas al Congreso por RTVE y la Cadena Ser, ya que «la fuerza ocupante» prohibió a los diputados tomar notas.
Treinta años después, sólo cuatro de aquellos 350 diputados que a las dieciocho horas y veintitrés minutos del 23 de febrero de 1981 escucharon, según consta en el relato, «gritos, voces y disparos procedentes del exterior del salón de Plenos», mantienen su acta de parlamentario. José Bono, Alfonso Guerra, Juan Barranco y Soledad Becerril. Cada uno de ellos tiene su particular recuerdo y todos, a excepción de esta última, se prestan estos días al recuerdo, a la memoria y a la anécdota, a un alegato apasionado por la libertad y la democracia al que asisten ensimismados los cinco diputados de la actual Legislatura, que no habían ni siquiera nacido en 1981. Tres socialistas (Mercedes Gámez, Sara García y Daniel Méndez) y dos populares (Sara Dueñas y Nacho Uriarte). Mientras preparamos la conjunción gráfica de quienes ya son historia y quienes puede que un día lo sean, Barranco nos cuenta que lo primero que pensó cuando vio entrar a Tejero en el salón de Plenos fue que «este país no tiene arreglo». Treinta años después, aquel joven que no llegaba a la treintena en los ochenta les dice a sus compañeros noveles que «la libertad y la democracia son espacios que hay que ensanchar todos los días». Guerra nos cuenta que no ha visto ni piensa ver la última película que se ha estrenado sobre el 23-F, dirigida por José María de la Peña.
Uno piensa que de aquellas 19 horas de miedo irracional sabemos lo esencial y, probablemente, lo que quede por escribir sea lo anecdótico o adjetivo. Pero Guerra, sin embargo, es de los que cree –y así lo ha dicho en alguna ocasión– que hasta que no se sepa del paradero de las grabaciones sobre las conversaciones telefónicas de los ocupantes del Congreso y el exterior del edificio que tuvieron lugar entre la tarde y noche del 23 y la mañana del 24 de febrero de 1981, la verdadera historia del 23-F seguirá incompleta. Cuando el PSOE llegó al Gobierno en 1982, según la versión del ex presidente del Gobierno, aquellas cintas clasificadas como secreto de Estado por el Gobierno de Calvo Sotelo habían desaparecido.
Un secreto guardado
José Bono, entonces secretario cuarto de la Mesa y años después ministro de Defensa, sostiene que él no tiene ningún secreto guardado, excepto uno: el acta que redactó, junto con sus compañeros de la Mesa, en la que se hicieron constar todos los detalles de aquellas horas. Hoy lo comparte con LA RAZÓN para que se conozca. Y hace lo mismo con el inventario de desperfectos producidos por los impactos de las balas que dispararon los golpistas (37 repartidos en bóvedas, tribunas, frisos, techos y paredes); el informe de daños sufridos en el Palacio, cuya valoración total se estimó en unas 20.000 pesetas del año 1981 (destrozos en tapizados de sillones isabelinos, rotura de focos y cerraduras forzadas de despachos) y factura de la comida y bebida consumida por los militares en la noche del 23 al 24 de febrero por un importe de 200.021 pesetas.
Sobre el 23-F se han escrito muchas historias, testimonios y anécdotas. Todo el que fue testigo directo o indirecto de la intentona golpista ha dado, antes o después, su particular visión de aquella fatídica noche. Hace cinco años, con motivo del 25 aniversario, LA RAZÓN trajo a estas páginas la de Jesús Jorge Acedo, que nunca antes había contado lo que vio, sintió y escuchó durante las cinco horas que permaneció retenido en el Palacio de San Jerónimo. Y su particular contribución sirvió para desmontar la versión de que los militares, como se había escrito, consumieran en aquella noche más de 200 botellas de licor y todo tipo de viandas que encontraron en el bar y la cocina Congreso. Aquel dato, según Acedo –hoy jubilado–, respondió más a la ingeniería inventarial de la contrata de hostelería que a los hechos.
Lo bebieran, lo robaran o el inventario fuera una finta empresarial para engordar la factura del 23-F, lo cierto es que en el archivo de los documentos reservados de la Cámara Baja hay un informe del Servicio de Intendencia fechado el 28 de febrero de 1981 cuyo extracto asciende a 200.021 pesetas: 106.672 en bebida; 93.349, en comida y 58.400 en tabaco y unas cinco mil pesetas en propinas. Como lo leen, los militares arramplaron hasta con el bote de los camareros. Lo recuerda el diputado Juan Barranco, pero además consta en el inventariado que reproducimos en esta misma página. «En cuanto a las propinas, nos es imposible una cifra exacta. El cálculo es aproximadamente de cuatro a cinco mil pesetas», firmó Juan Cejudo, de la Secretaría de Intendencia del Congreso, en el informe que se le requirió al respecto. Los golpistas consumieron 16 cajas de cerveza, 58 botellas de refrescos, 19 de champán, 76 litros de zumos, 143 botellas de whisky, ginebra y otros licores, 94 botellas de vino y una caja de azúcar. De la cocina desaparecieron, o aparecieron deterioradas, 14 latas de espárragos, 7 de fruta en almíbar, 14 botes de mermelada, 4 cajas de bizcochos, 6 latas de bonito en escabeche, 12,5 kilos de chorizo en barra, 9,5 kg de jamón serrano, 9 kg de salchichón, 17,5 kg de queso, 23 tarrinas de ahumados, 26 kilos de naranjas, 9 de plátanos, 21 de manzanas, 15 de peras, 22 barras de pan de molde, 5 cajas de helados, 23 cajas de leche, 16 lechugas, 2 kilos de café…
Un festín que no compartieron con los parlamentarios secuestrados, ya que en el acta redactada por los miembros de la Mesa aparecen gritos de sus señorías de: «No queremos comer, queremos desayunar en casa». Frases que corearon desde los escaños cuando, a las ocho de la mañana del 24, algunos ujieres colocaron en una mesa situada bajo la tribuna de oradores paquetes con leche, jamón york y queso, y «un oficial anuncia que los presentes en la sala podrán desayunar en breves minutos». Minutos más tarde, y ante la negativa de los parlamentarios, el mismo oficial ordenó a los funcionarios que retiraran la frugal comida.
Poco después, sobre las 8:50 el diputado Fraga Iribarne se levantó del escaño, descendió al centro del hemiciclo y, dirigiéndose al teniente general Tejero y a otros oficiales que le acompañaban, dijo: «¿Puede la Guardia Civil tenernos como una pandilla de forajidos a tantos hombres indefensos?». «¡Muy bien, muy bien!», «¡Viva la democracia!» y «¡Viva España!». Tejero ordena callar a Fraga y, en ese momento, «se unen a las fuerzas ocupantes que estaban en el hemiciclo, alrededor de 40 guardias, que portaban sus armas en posición de hacer uso de ellas». «Dispárenme a mí», clamaron los diputados Cavero Lataillade y Álvarez Miranda. Los ocupantes ordenan a Fraga que se siente y éste, sin obedecer, se acerca a Tejero y le replica: «Estáis arruinando la carrera de estos hombres», en referencia a los guardias civiles que encañonaban sus armas. El presidente de la Cámara dice que la situación no se puede prolongar más «pues la acumulación de tensión puede dar lugar a incidentes graves que produzcan alguna tragedia».
Y es que Fraga seguía encarándose a Antonio Tejero y profiriendo frases como: «Prefiero morir con honra que vivir con vilipendio», y al mismo tiempo se oía la voz de varios diputados que gritaban «vámonos». A las diez se anuncia la salida de las diputadas, y poco después de las once, el desalojo completo por el orden que anunció el presidente del Congreso: «Salen primero los diputados, después el Gobierno y después la Mesa, que es el orden por el que se procede en la Cámara». La pesadilla golpista acabó a las doce y quince minutos de la mañana.
Las actas del asalto al congreso
- Tras el paso de los golpistas, hubo que reparar los daños. Desde los asientos hasta algunos despachos. El coste casi llegó a las 20.000 pesetas
-Eran tiempos en los que se podía fumar en el Congreso, los ocupantes lo hicieron. El cálculo posterior eleva a 58.400 pesetas el gasto en tabaco
-Un dibujo del hemiciclo para detallar dónde habían disparado los golpistas
- Este es inventario de lo que comieron y bebieron (y el gasto, si hubieran pagado) los ocupantes del Congreso
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