Barcelona
El nacionalismo catalán (II) por César Vidal
Se diga lo que se diga, el régimen de Franco no fue anti-catalán. El camisa vieja Dionisio Ridruejo llegó a Barcelona cargado de octavillas en catalán que explicaban la revolución nacional-sindicalista. Catalanes fueron también el Tercio de Montserrat y los que dieron la bienvenida a las tropas de Yagüe al entrar en Barcelona el 26 de enero de 1939. A inicios de 1940, la señera volvió a ondear en los edificios oficiales y fueron millones los catalanes que se unieron al bando vencedor por convicción –como Guillermo Diáz-Plaja o Josep Plà, el mejor escritor catalán y en catalán de todos los tiempos– o por acomodación. En los difíciles años cuarenta, se publicaron en catalán libros como las «Obras completas» de Verdaguer o «El somni encelat» de Miquel Dolç. Además se daban clases de lengua catalana en instituciones como los Amics de la poesia y funcionaba un Institut d'estudis catalans cuyo presidente era Puig i Cadafalch. El teatro en catalán contaba con plumas –Joan Brossa o Josep Maria de Sagarra– que las subvenciones de las últimas décadas no han logrado igualar. Al mismo tiempo, aparecieron la revista «Leonardo» impulsada por Tristán La Rosa o «Dau al set» dirigida por Brossa y en la que escribían en catalán Ponç i Cuixart, Tàpies y Tharrats. También hubo certámenes para obras literarias en catalán como el premio Joanot Martorell o el concurso mensual de cuentos en catalán de la revista «Antología». Fueron los años dorados de Salvador Espriu, Pérez Amat, Pedroso, J. V. Foix o Maurici Serrahima. En los años cincuenta, a la Escola d'art dramàtic Adrià Gual o la Agrupació dramàtica de Barcelona se sumó un listado espectacular de autores que escribían y publicaban en catalán como Maria Aurèlia Capmany, Ferran Soldevila, Joan Reglá, Carles Riba, Vicens Vives, Gabriel Ferraté, Jordi Sarsanedas y un largo etcétera. La mitología nacionalista puede insistir –de hecho, lo hace– en un supuesto genocidio sufrido por la cultura y la lengua catalanas durante el régimen de Franco. La realidad fue muy distinta. Por añadidura, Franco prestó una atención muy especial al desarrollo de la región, en general, y de Barcelona en particular, al considerarlas parte muy relevante de España. Así, el nacionalismo catalán estuvo aletargado –si es que no difunto– durante décadas. Su regreso de entre los muertos iba a ser la obra de los Kumbayás, es decir, de los chicos de las parroquias que cantaban Kumbayá en las excursiones y que ingerían a la vez la sagrada forma y las ruedas de molino del nacionalismo. Pujol o Maragall –niño mimado del franquista Porcioles– serían dos ejemplos de kumbayismo y de la resurrección de un nacionalismo que resucitaría para colapsarse en nuestros días.
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