Asia

Pekín

Los Juegos son posibles por Julián Redondo

La Razón
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Estambul en septiembre, cuando el turismo ya no lo ocupa todo, es un atasco monumental. Lo habitual. Una ciudad de 15 millones de habitantes; el Gran Bazar, 4.000 tiendas, y el universo de olores del Bazar de las Especias. Dos continentes, Europa y Asia separados por una lengua de agua. El Mar de Mármara y el Mar Negro; el Cuerno de Oro y el Bósforo, puesta de sol que es un requiebro. Topkapi, Santa Sofía, la Mezquita Azul y la de Suleiman; Dolmabahçe, palacios, museos, historia de la humanidad A. de C.; un 30 por ciento de la población, islamista; el 70 por ciento, laica. Y un atasco descomunal, en el casco antiguo, levantado sobre las ruinas de Constantinopla, y al pie de los rascacielos, donde el conductor varado se guarece del sol. Estambul resplandece en encantos y abunda en tesoros de otra época; y Turquía, que terminó de pagar la deuda externa heredada de los sultanes en 1986, hace ostentación de dinero, vil metal, para organizar los Juegos de 2020. El fabuloso atasco de Estambul, tráfico salvaje e indeseable, es obstáculo suficiente para que sus ciudadanos se desternillen cuando un español les refiere la rivalidad olímpica con Madrid. «Ni con Tokio», responden, «Estambul es imposible», dicen. Y Tokio, que lo tiene todo, incluso atascos, se ve agitado en su sueño por unas islas que Japón y China se disputan como si fuera la final de los 100. Y China manda mucho en Asia, tiene dinero, población y poder, y no olvida que el difunto Samaranch propició los Juegos de Pekín. Si el atolladero de Madrid es económico, el de Estambul y el de Tokio es cósmico.