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Juan José Alonso Millán: «La subvención acabó con la sátira»

Es el guionista de «Préstame 15 días», otra de sus exitosas comedias y que LA RAZÓN regala el viernes

Juan José Alonso Millán: «La subvención acabó con la sátira»
Juan José Alonso Millán: «La subvención acabó con la sátira»larazon

La verdad es que cuando le veíamos salir hacia Biarritz en un descapotable rojo, tuneado con dos mujeres impresionantes, a los pobres del café Gijón se nos caía la baba de pura envidia. Juanjo Alonso Millán era en los años 60 y 70 la imagen dorada del éxito al margen de la «gauche divine», y digo al margen porque nunca fue un exquisito, ni marcó paquete de culto ni se calzó el uniforme de la bohemia oficial o de la protesta. Y sigue igual, aunque ahora ya no sale por las noches, ni bebe, ni fuma, ni luce corte de admiradoras. Aún, eso sí, se acuesta a las 5 de la mañana y se levanta tarde, haciendo buena la mítica sentencia del editor Lara, padre: un negocio que no da para levantarse a las 11, no es negocio ni es nada. Alonso Millán es el guionista de «Préstame 15 días», que este periódico regala el próximo viernes.
–Era una comedia –me dice– de gente buena, del emigrante que llega de Alemania y quiere presentarse ante su madre enferma «bien casado», como le había dicho que estaba. Así que va a un puticlub y alquila a Concha Velasco para que su madre enferma vea que tiene una mujer guapísima y que todo le va muy bien. Tuvo mucho éxito, y no era de destape; decían que mis éxitos eran de destape, y no: ahí están «El vecino del quinto», «Cristóbal Colón, de oficio descubridor» y ésta. Y otras muchas.

–En aquellos años escribió muchos guiones...
–Casi 60 en 20 años. Hice de todo, sobre todo lo que los productores querían. Pero desde el 87 no me han vuelto a llamar del cine. ¿Es que antes era muy bueno y ahora soy muy malo? Si viviera del cine, no podría comer.

–¿Por qué cree que dejaron de llamarle?
–Porque dejó de hacerse cine para el público. Se empezó a hacer cine para los cineastas mismos (para su ego) y para las subvenciones. Hoy se hacen películas que no se estrenan, pero, con sólo acabarlas, el productor ya ha ganado dinero.
(No le caen bien los foulards, la pana fina, el aire decadente y la conversación como desmayada; siempre tuvo aspecto de chico listo de barrio, quizá oficial de taller mecánico, pasado por Cortefiel. Juanjo es nervioso y de hablar atropellado. Piensa que quizá el cine le olvidó por haber trabajado con éxito en el franquismo. A los veintitantos ganaba mucho dinero y se lo gastaba todo en coches maravillosos, mujeres estupendas y buenos restaurantes «porque así no tenía más remedio que seguir escribiendo, no cabía otra». Siempre le gustaron las más altas y las más guapas)

–Hablando de emigrantes: ahora la gente vuelve a Alemania...
–Antes los españoles se iban por el hambre; ahora porque aquí no hay trabajo o porque quieren ganar más. El caso es que seguimos emigrando. Pero el italiano sabe emigrar: allá donde va es feliz y pone una pizzería; el español, no; añora demasiado la tierra, no es feliz y está deseando volver.

–En los 70 vivía usted muy bien. ¿Qué echa de menos de entonces?
–La noche, la dolce vita, las mujeres guapas, las copas, las tertulias hablando de teatro hasta la madrugada... La noche ha desaparecido. Si quedamos esta noche para salir, ¿adónde vamos? Sólo hay discotecas, ruido. Luego, la mayoría de los teatros son públicos. Se ha conseguido que el éxito no exista: hacen una función que va bien y la quitan al mes.

–Dicen que al final siempre volvemos a nuestros principios. Ahora regresa al café-teatro, ha estrenado en la Boite del Pintor (Goya, 73) «Ca- cao monumental».
–Es un homenaje a Luis Aguilé. He convertido sus canciones más populares en sátiras cambiándoles la letra. Es una sátira de derechas porque la izquierda está haciendo el ridículo. Éste es un buen momento para hacer sátira, pero sólo está en los periódicos. Ni tan siquiera se hace en las salas alternativas. La subvención ha acabado con la sátira.
(Este hijo de Jardiel y de Mihura defiende que el cine y el teatro no son artes, sino industrias. Ya no bebe, ha descubierto que no le gusta. Ha ido dejando todos los vicios, sólo le place escribir y discutir. Envejece bien, sólo tiene un poco alta el azúcar, y no se ve mal en el espejo, «quizá sea porque soy optimista o porque veo a otro, o sea, al que era antes». Confiesa que, pese a la censura, él hizo la obra que quería hacer. Cree que España se ha convertido en un país inmoral, insolidario y dominado por el dinero. «Todo lo que gané en el teatro me lo gasté en el teatro, descontando los placeres de la vida, claro. Ah, y niego que mi teatro sea de derechas; mi teatro está más cerca del teatro americano del siglo XX: siempre me preocupó la ética. Y el humor, claro»)

–No sé si, en definitiva, era más feliz en los 70 que ahora...
–No lo sé, la verdad. Yo siempre he sido feliz. Sigo escribiendo y no sufro nada grave. ¿Qué más se puede pedir a los 75 años?

–Dice Pérez-Reverte: «Este país tiene muy mala solución, pero quiero ver cómo acaba esto». ¿Cómo cree que va a acabar esta función?
–No lo sé. A veces pienso que es imposible salir de este lío de las 17 autonomías y los casi 5 millones de parados. Creo que esta gran comedia va a acabar con todos trabajando de funcionarios, todos trabajando para el Gobierno. No es un final feliz, pero...