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Lo trascendente

La Razón
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Un viejo ministro de la UCD me dijo el otro día que ellos, los de entonces, estaban preocupados por lo trascendente. Abandonadas en la solapa de un libro de poemas, la libertad, la igualdad y la fraternidad entre españoles, la trascendencia ha menguado hasta caber en un balance, en una cuenta de resultados. De tal forma que ahora lo realmente trascendente es proceder a una poda de algunos parámetros grotescos del país que han crecido bajo la era crepuscular de ZP. Digamos, 30.000 coches oficiales. El automóvil oficial, más que medio de transporte, es signo de ostentación provinciana y necesidad de motorizar la intrascendencia social de cualquier concejal, director general o consejero. Digamos, 1.200 televisiones locales, que en esta visión microscópica de lo trascendente han hecho de alcaldes pedaneos, hombres de Estado. Las televisiones locales informan, en vuelo gallinaceo, de la visita del alcalde pedáneo a la partida de cartas del casino. En estas y otras trascendencias numéricas mayores se observa cuál es el modelo de ciudadanía que el poder ha ido amasando: gusto al cuerpo y control del statu quo. En el advenimiento municipal del PP, se advierte una posibilidad de cambio, aunque el ciudadano tema, por escarmentado, que sólo acabe siendo otro cambio de personal.