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Buenos Aires

Holanda no sabe ganar finales

La Razón
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Holanda no sabe ganar las finales. Jugó dos consecutivas, en Múnich y Buenos Aires, y salió derrotada. La primera lo hizo con Cruyff, Neeskens y todo el magnífico cuadro de la «naranja mecánica» y practicando lo que se denominó «fútbol total». Pero no pudo con la Alemania de Beckenbauer. Ni con la Argentina de Kempes. Hoy, según todos los pronósticos, tampoco podrá con la España de Villa.Holanda, dirigida por Rinus Michels, fue la gran sensación del Mundial del 74. Fue admirada por su fútbol, que no admitía comparación. Arrolló a Argentina en Gelsenkirchen, con Heredia y Ayala entre otros, sufriendo aquellos ataques en tromba que parecía imposible detener. Michels, que tenía fama de ser entrenador duro, lo demostró en el Barcelona, fue el primero en conceder a los jugadores una tregua mundialista para que pudieran pernoctar con esposas, novias o amigas. El equipo parecía imparable.Llegó a la final como auténtica favorita. Alemania había perdido en Hamburgo el partido más importante desde el punto de vista sentimental e ideológico. Fue derrotada por la Alemania del Este con el gol de Sparwasser. En Múnich no se confiaba en ella.Alemania volvió a recurrir a su espíritu de lucha como había hecho en Suiza, en el 54. Al derrotar a Hungría recuperó el orgullo patrio, tan escondido y vergonzante por la derrota en la Guerra Mundial y las atrocidades del na- zismo. En el 74, de nuevo sacó todo su coraje y venció en un par- tido que comenzó torcido. A los dos minutos, Neeskens, de penalti, batió a Maier. Recuerdo cómo en el Estadio Olímpico muniqués, los espectadores quedaron momentáneamente abatidos. Más que en Hamburgo porque allí, a fin de cuentas, según me decían, habían sido batidos por otros alemanes. Holanda perdió rápidamente el mando. Berti Vogts, lateral derecho, le enseñó los dientes a Cruyff y éste desapareció en combate. Alemania se hizo con el mando y Paul Breitner, después madridista, apodado «abisinio», ciudadano de izquierdas y solidarizado económicamente con los huelguistas madrileños de la Standard, empató también de penalti.Alemania tenía su mejor arma en el delantero centro Gerd Muller «Torpedo», quien en el minuto 43 sentenció. En la segunda parte no hubo goles. Los Sourbier, Van Hanegem, Rep, posteriormente jugador del Valencia, y Rensenbrick como figuras, se quedaron con la segunda plaza. A Holanda sin Cruyff, quien por entonces ya había dado muestras de maestría en los saques de banda y los «friquis», como decía Mi- guel Muñoz, es decir, que se había escondido del todo, aunque delante no tuviera a Vogts, no jugó la segunda final. Si la hizo Neeskens y el equipo, con grandes novedades, conservó parte de su estructura y consiguió ser finalista. Le tocó Argentina, selección que sirvió para dulcificar los dolores de los perseguidos, aunque no de los familiares de los miles de desaparecidos. Hubo gentes que ni siquiera tenían en cuenta que Las Madres de Mayo seguían paseando con sus pañuelos blancos, delante de la Casa Rosada, pidiendo silenciosamente la aparición de tantos muertos sin esquela.Con el dictador Jorge Videla en el palco, un entrenador que se manifestaba izquierdoso, Menotti, a quien sólo se le había negado a jugar para «los milicos», el defensa Carrascosa, y un público enfervorizado se jugó la final.Kempes marcó el primer tanto. Hasta el 82 no empató Holanda y en esos minutos tuvo el triunfo en la mano. Cuando más volcada estaba contra la portería de Fillol, Rensenbrinck estrelló un remate en la madera. Hubo que jugar la prórroga con Argentina y los argentinos angustiados. El árbitro, el italiano Gonella, mantuvo el orden y Kempes, con su segundo tanto, y Bertoni, quien consiguió el tercero, cerraron la final y se tomaron la revancha de la humillación sufrida cuatro años antes. La Holanda que se enfrenta a España tiene antecedentes penales. Nuestra selección, en cambio, llega limpia.