Crítica de cine
Culpa del calor
Supongo que tienen razón quienes dicen que el calor estimula los sentidos y nos hace más sensibles a la percepción de numerosos estímulos que en invierno por lo general nos pasan inadvertidos. Quienes me conocen saben de mi aversión al calor y no me importa admitir que el aumento de la temperatura ambiental repercute negativamente en mi capacidad de trabajo. Escribo peor con calor e incluso decae mucho mi participación en las conversaciones. El propietario de «El Corzo» compró hace algunos años un ventilador para que por culpa de la elevada temperatura del verano no me ausentase de su local antes de lo acostumbrado. A mí por encima de los veinte grados centígrados se me resiente el estilo; al jefe de «El Corzo» por ese mismo motivo se le resentía la recaudación. Me consta que Suso Oitavén me tenía aprecio, como me lo demostró en numerosas ocasiones, pero muchas veces he pensado que me habría tratado igual de bien aunque sólo fuese porque durante el tiempo que permanecí fiel a su local, fui, en el peor de los casos, el veinte por ciento de su recaudación. Una noche el barman Tino Landeira me dijo que podía evaluar mi estado de ánimo por el consumo que hacía de los posavasos de papel en los que tomaba notas para mis textos. También mis amigos estaban al tanto de la repercusión que tenía el calor sobre mis emociones y evitaban acercarse antes de que el jefe colocase sobre la barra aquel ventilador verde que regulaba juntos mi inspiración y mi sudor. Ni siquiera mis instintos se acentúan en verano, aunque es cierto que todo parece a simple vista más estimulante. Yo he sido siempre un amante invernal, un tipo abotonado y con solapas que tiene de la desnudez femenina la idea de que se trata de algo que facilita la exploración del radiólogo y perjudica la imaginación del artista. En el pudoroso cine de antes, la estrella de la pantalla se desvestía en off y nosotros seguíamos su desnudez por su silueta en la pared o por el sugerente trasluz en la mampara del baño. Yo no sé cómo eran los casting del Hollywood de entonces, pero supongo que a una chica tan decente como Doris Day para las escenas eróticas los responsables del vestuario solo le miraban lo bien que le sentaban la espuma del baño y el biombo. Había tórridas películas con mucho calor, como «Cayo Largo», pero que yo recuerde, a pesar de la insoportable temperatura la buena de Claire Trevor sólo se quitaba de encima las incandescentes manos de su amante. El termómetro tiene a veces estas cosas. Por culpa del maldito calor he llegado al convencimiento de que una mujer pierde mucho si se la contempla desde el mismo punto de vista que su ginecólogo.
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