Presentación

Aquellos maravillosos años 50

¿Qué tiene la serie «Mad Men» para fascinar a los telespectadores de medio mundo? Sin duda la evocación de ese año intersticial que fue 1960, frontera entre los vitales años 50 y los complejos años 60. Un año marcado por la victoria de Kennedy y el establecimiento del mito de un nuevo Camelot.

Aquellos maravillosos años 50
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Un mundo en tránsito entre el pasado en el que viven los protagonistas y el anuncio de nuestro presente. Porque el elemento esencial que crea la fascinación del espectador actual no es otro que la nostalgia del anuncio de la modernidad, hoy plenamente asumida. Una idea genial de su creador, Matthew Weiner. Sin embargo, como «The Wire» y «Perdidos», «Mad Men» puede resultar extremadamente morosa en su tratamiento y desarrollo, rasgo esencial de la supermodernidad en las nuevas series norteamericanas. Impresionante es el tratamiento del color, inspirado en los juegos de luces de los melodramas «más grandes que la vida» de Douglas Sirk: «Imitación a la vida» y «Escrito sobre el viento». Y megadramas como «Gigante» y «Esta tierra es mía», modelos de cuantos seriales posmodernos triunfaron en los años 80: «Dallas», «Dinastía» y «Los Colby». Es meticulosa hasta la obsesión la puesta en escena de la vida diaria de una gran empresa de publicidad, sutilmente contrastada con la vida cotidiana un tanto turbulenta de los personajes. Decorados, música lounge «charming and tender» y un elegante vestuario New Look, estilo Dior y Balenciaga, creados por Janie Bryant, que ha generado un fenómeno vintage sin precedentes, y cuyo influjo marca las líneas actuales de Prada, Michael Kors y Louis Vuitton.
Y también el gestuario y las actitudes de unos personajes que fuman compulsivamente en la oficina, en el restaurante, en el psiquiatra, y se confrontan en la guerra de sexos que irá dando paso a la revolución sexual y cambio de costumbres que hoy gozamos. Lo políticamente correcto estalla frente a comportamientos hoy impensables como secretarias que ocultan su embarazo, esa compulsión fumadora y personajes racistas y misóginos. Si «Cuéntame» hubiera partido de un planteamiento similar, en vez de utilizar una nostalgia cutre y politizada, habría optado por una crónica crítica del desarrollismo español confeccionada con la estética pop de los anuncios publicitarios de los Estudios Moro y el cine familiar de Rocío Dúrcal y el Dúo Dinámico. Como en «Mad Men», en la que su director artístico ha recurrido al cine y la publicidad de aquellos años para reflejar el mundo de Madison Avenue, enclave de las agencias publicitarias, y el cambio que se produce cuando descubren que hasta el presidente de los EE UU puede ser publicitado como una marca comercial. La serie misma es un largo y estilizado anuncio del estilo de vida norteamericano en plena transformación. Como si la publicidad de finales de los años 50 y primeros 60 y sus modelos estereotipados, que posan felices anunciando cigarrillos, bebiendo whisky y luciendo aerodinámicos Cadillac
«streamline», se comportaran como seres reales en un mundo real. El desconcierto de los publicistas de Sterling Cooper ante el triunfo televisivo de Kennedy frente a un sudoroso Nixon es por el cambio cultural que se opera al fusionarse la publicidad y el entretenimiento, que trastocó la sencilla manipulación publicitaria que practicaban y cuyo exponente ideal es el ingenuo publicista Darrin Stephens, marido de Samantha en la serie «Embrujada».