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El apoyo de la Infanta
Que doña Cristina apoya totalmente a su marido en estas horas críticas en las que Iñaki Urdangarín va a declarar por primera vez ante el juez José Castro es algo sobre lo que no cabe duda alguna. La decisión de la Infanta de viajar con su marido a la capital balear, para estar lo más cerca de él en estas circunstancias, pone de manifiesto que la hija de los Reyes no quiere que alguien vea el más mínimo indicio de que ella pone distancia o abandona a su suerte a su cónyuge en el que puede calificarse como uno de los peores momentos de su vida.
Doña Cristina, como persona inteligente que es, seguro que no ignora la gravedad de los hechos que se le imputan a Iñaki Urdangarín, aunque ella crea en la inocencia de su marido. Fijo que se da cuenta de la seria repercusión y el grave daño colateral que está causando en la Familia Real que el duque de Palma consorte sea el primer miembro del núcleo duro de dicha familia que tiene que declarar en un juzgado, como imputado en una serie de hechos que pueden ser considerados delictivos.
Pero la Infanta sabe también que muchos de los que van a estar hoy en el juzgado de Palma interrogando a su marido no van a tener la más mínima contemplación al ejercer su derecho a preguntar, sino que van a ir hasta el fondo, con el fin de averiguar si Urdangarín debe pasar de imputado a acusado. Va a ser, sin duda, un interrogatorio exhaustivo y no sólo porque el juez y el fiscal saben que su obligación es averiguar todo sobre el asunto que se dilucida. También porque hay que demostrar más que nunca que «la Justicia es igual para todos», como recordó Don Juan Carlos en su discurso navideño, y que no por ser yerno del Rey, Urdangarín va a ser tratado con la más mínima deferencia. La Infanta sabe, por todo ello, la necesidad de respaldo que tiene su marido en estos momentos.
Iñaki lo tiene muy, muy complicado. En los últimos meses, se ha llevado a cabo un auténtico juicio paralelo en los medios de comunicación, en los foros de internet, en las charlas de cualquier reunión social, en el que la mayoría de los ciudadanos le han declarado culpable sin remisión. Sólo falta que, como en los antiguos circos romanos, alguien ponga el pulgar hacia abajo para echarle a los leones. Muy pocos han sido los juristas o comentaristas que se han atrevido a ir a contracorriente para defender, no a Urdangarín, que para eso él ya tiene a sus abogados, sino la presunción de inocencia de cualquier persona merece.
Por todo ello, creo que ahora es el momento oportuno de recordar a los profesionales de la información la responsabilidad que debemos ejercer en los casos en los que está sobre el tablero la inocencia o la culpabilidad de alguien imputado en un sumario. Los periodistas no estamos para juzgar ni para condenar por anticipado a nadie, por muy sospechoso que sea. Nuestra obligación es esperar a que los tribunales se pronuncien, a que los jueces dictaminen. Nunca constituirnos en juzgadores ni suplantarlos. Y, por supuesto, jamás caer en la tentación fácil de decidir la culpabilidad o inocencia de alguien.
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