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La Cubana se equipara a Broadway por Jesús Mariñas
La Cubana nunca había hecho tanto el indio como en su nuevo espectáculo «Campanadas de boda». Tras treinta años interpretando y más de veinte exitosas obras, la compañía teatral bate un nuevo récord sobre su escenario habitual del «Tívoli» barcelonés, en pleno corazón del Paseo de Gracia. Una enorme tarta nupcial da la bienvenida en el vestíbulo y sirve de regocijante pórtico al espectáculo. Esta obra resulta soberbia, nacida de un ingenio que supera lo antes visto. Cuenta con escenas equiparables a los grandes momentos esperpénticos de Almodóvar. El primer acto es desternillante, un alarde suntuoso en el que se utilizan cuatrocientos trajes comprados en Delhi por aquello de no adulterar el «leit motiv» de la historia: una boda entre una joven barcelonesa y un cantante hindú. La celebración da pie a un despliegue de fantasía visual, ironía y momentos de comicidad. Un pintoresco enlace remarcado por una versión de la canción de Serrat «Paraules d'amor» al estilo Bollywood. Tierna, clamorosa y con mucho gancho; Joan Manuel debe estar encantado. Para trastocar al público del cortejo, al imaginativo Jordi Milán, alma mater de la obra, se le ocurrió seguir la pauta de su anterior espectáculo «Cómeme el coco, negro», de manera que transforma a los pasivos en actuantes. Y con ese fin reparte en cada función quinientos tocados que van desde diademas de flores a pamelas del mismo estilo que las exhibidas en la boda madrileña de Miriam Yébenes por Nati Abascal y su panda. Fueron portada de «Hola». Parecía una parodia como la que escenifica La Cubana.
El público se apunta a la conmemoración humorística, participa en el jocoso desmadre y se echa encima lo que le corresponde en suerte, accesorios que luego devuelven a la salida como hicieron las «vips» para el desfile nocturno para Durán en el que Mar Flores creyó que le regalaban el collar de perlas que más tarde tuvo que devolver, no sin antes ruborizarse por su buena fe. Una costumbre que se repite entre las firmas internacionales de joyas, no se salva nadie. También a Carmen Martínez Bordiu le controlaron si devolvía puntualmente el collar y los pendientes que le habían cedido para el acto.
Esta escenificación resulta grandiosa y digna de Broadway. La Cubana demuestra, siendo fiel a una esencia racial digna de exportación, que allí no tienen nada que enseñarnos. El vestuario de Cristina López acentúa el tono esperpéntico de un montaje espectacular, así como el elegante y sobrio modelo nupcial firmado por Rosa Clará, combinado con un enorme moño, muy del estilo de Rossy de Palma. Clará hace que destaque entre los otros trajes, algunos –como el morado con marabú naranja por el cuello– parecen imaginados por Gaultier o Lacroix en sus mejores tiempos. El miércoles es el estreno oficial y repetiré porque «Campanadas de boda» es un salvavidas. La Cubana sigue encantando con su magia, aunque los ayuntamientos anden remisos y sin dinero para contratarles. Es la otra cara de la crisis, toca apretarse el cinturón.
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