Crítica de libros
Dinero para flores
Hay muchas razones por las que alguien se dedica a escribir. Puede que lo haga por dinero, o por pasar el rato, quién sabe si movido por el convencimiento de que la literatura podría redimirle de enfrentarse el resto de sus días a una vida anodina. El de escribir es un oficio como otro cualquiera y se necesita algo más que interés para ejercerlo con cierta soltura. Para saber si uno ha acertado al ejercerlo, lo mejor es enfrentarse a la opinión de alguien que lea lo que ha escrito y compruebe si su reacción es la que esperaba. Hay gente que triunfa con facilidad en esto de escribir y otros que descubrieron que lo que escribían era razón suficiente para confirmar que, como le habían advertido tantas veces sus padres, lo suyo realmente era el álgebra. Yo me metí en esto porque me venía de familia. Mi abuelo, mi padre y mi tío eran gente del periodismo y pensé que en principio no había motivo alguno para que yo no lo intentase. Escribo desde niño, aunque fue en la adolescencia cuando descubrí que la escritura podría convertirse en un modo de vivir, además de constituir un modo de ser. Yo tenía un amigo de buena familia que le regalaba flores a las chicas y se las llevaba consigo. Mi bolsillo no me permitía competir con aquel tipo, así que me dediqué a escribirles frases a las muchachas. Si alguien me preguntase ahora por qué diablos me dedico a esto, mentiría si les dijese que es mi vocación de toda la vida y que no habría podido hacer otra cosa. El recuerdo de mis días de adolescencia y de amistad con aquel muchacho me hizo ver que si me dedico a escribir es porque aunque no me faltaba voluntad y estaba lleno de sentimientos, por desgracia no tenía dinero para flores. Con el tiempo las cosas me fueron razonablemente bien y me pagan suficiente para el capricho atrasado de regalarle orquídeas al recuerdo de la muchacha ciega que tanto me gustó de niño. Pero ahora que llevo algo de dinero en el bolsillo resulta que mis amigas sólo me aceptan las flores en el caso de que les escriba algo personal en sus pétalos. No importa. Creo que aún escribo como cuando no tenía para flores y eso me llena de dignidad y de orgullo. Puede que mi insomne manera de vivir haya perjudicado mi letra, pero yo me conformo con que al menos no haya jodido mi conciencia. Sólo me preocupa que por culpa de envejecer, el día menos pensando aniden en mis frases las ilegibles larvas del silencio.
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