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En la encrucijada por Agustín de Grado

La Razón
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Las cuentas del Estado funcionan como las de cualquier familia. Si gasta más de lo que ingresa es porque alguien se lo presta. Y si llega un momento en que nadie lo hace o no puede soportar que lo haga a un interés cada vez más elevado, sólo tiene una alternativa a la insolvencia: reducir gastos.

El Gobierno se estrenó con un ajuste que reduce el gasto público en 9.000 millones y aumenta los ingresos en otros 6.000 gracias a una subida de impuestos que pone su credibilidad en riesgo. No sólo porque contradiga su discurso anterior, sino por el reparto que propone del esfuerzo. Endosa al contribuyente el 40 por ciento del sacrificio mientras el Estado se apretará el cinturón en una cantidad que apenas supone el 3 por ciento del presupuesto. Recuerda a esa familia en apuros que reduce sus gastos de forma irrisoria a la vez que sigue sacando dinero a los parientes que no pueden negárselo.

Rajoy está comprometido con la reducción del déficit al 3 por ciento en 2012. Son 33.000 millones. Los bolsillos privados no van a poder seguir soportando el 40 por ciento del sacrificio. La vicepresidenta anunció ayer «medidas extraordinarias». Que nadie se engañe con demagogias fáciles. Hay que podar una administración elefantiásica de empresas y empleados públicos, duplicidades interesadas, despilfarros y subvenciones sin fin. Pero el 75 por ciento del presupuesto se va en pagar pensiones, Sanidad, Educación y desempleo. De Guindos puso el dedo en la llaga: el Estado del Bienestar ha entrado en una deriva insostenible. Así que hay dos alternativas: renunciamos a parte de lo que disfrutamos o ponemos a trabajar ya a cinco millones de españoles para que nos ayuden a pagarlo.