Historia

Estrasburgo

Un gran tímido

La Razón
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Ahora que los ríos de tinta, palabras e imágenes han bajado casi al mínimo su nivel y el eco de las gaitas en la plaza del Obradoiro apenas es un rumor, creo que ha llegado el momento de hablar del Manuel Fraga que tuve ocasión de conocer y que, por encima de cualquier otra consideración, me gustaría recordar como un gran tímido. Bajo aquel disfraz de ogro come niños que ha confundido a tanta gente, se escondía un hombre pidiendo, a gritos silenciosos, afecto e incluso ternura. Ternura que él dejo que casi se desbordara una heladora noche de enero en un espléndido reservado de un no menos espectacular restaurante prácticamente adosado a la catedral de Estrasburgo. Don Manuel me había citado para cenar después de haber pasado con él un par de días conociendo el Parlamento Europeo. El comedor ya impresionaba por su decoración y el magnífico servicio al que, hace 25 años, yo no estaba acostumbrado. En la mesa, flanqueando a Fraga estábamos su hija Carmen y yo que acababa de conocerla. La espontaneidad con la que padre e hija hablaron ante mí como si no fuera un desconocido, al principio me desconcertó y terminó por situarme muy cerca de la emoción. El cariño con el que don Manuel le hablaba a su hija utilizando el diminutivo familiar, y su sumisión ante los consejos cercanos a la reprimenda que su hija le expresó para que se cuidara, porque aquel Fraga en plenitud tenía un saque en la mesa realmente notable, me hicieron liberarme de prejuicios sobre una persona que también resultó desmedido en su humanidad. Una humanidad que le costaba mostrar en público por ese pudor que obliga a guardar sus sentimientos a quienes, en el fondo, tras la coraza, son vulnerables. El Fraga político recibirá el reconocimiento de la Historia cuando los muchos petimetres que circulan por nuestro país no encuentren eco en ninguna parte. Al Fraga de andar por casa al que yo pude asomarme un poco, siempre tendrá un sitio en mi memoria y en mi corazón.