Atenas

Los partidarios

La Razón
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Émile-Auguste Chartier –Alain–, filósofo, liberal y pacifista, contaba la anécdota del avezado gobernante y el joven moralista que todo lo discutía ardorosamente hasta que el veterano político zanjaba la cuestión poniéndole una mano en el hombro y aplacándolo con un «No está dicho todo. Volveremos a tratar el asunto cuando usted sea ministro». Cambiemos «ministro» por «Secretario (sic) General del PSOE» para ilustrar este artículo. Por otro lado, aún quedan algunas personas sabias que, como diría Alain, nunca deberían ocuparse de las cesáreas operaciones del poder porque juegan mejor papel «sentadas en tierra, en el sitio más bajo, de donde no pueden ser depuestas», ese tipo de personas aseguran la opinión, con lo que obligan al poder a ser «moderado y prudente». Platón reconocía que el sabio «nunca querría ser rey», y sospechaba astutamente que la democracia encumbraría a los mediocres. Alain, por el contrario, se regocijaba ante la idea de que la democracia deje siempre a un buen número de sabios «sentados en tierra», donde nadie puede destituirlos ni echarlos, ejerciendo un indispensable contrapeso al poder. O sea, que Platón desconfiaba de la democracia. Y Alain creía en ella. Los sabios sentados están, hoy, en los medios de comunicación (pese a todo). En la antigua Grecia, el peor castigo posible era ser condenado al «ostracismo», al destierro. Lejos de la patria, la vida no tenía sentido. En España, hoy, el patriotismo, si no se disfraza de nacionalismo, está mal visto y los políticos han cambiado la Patria por el Partido. Cuando el partido rechaza al político, éste prefiere morir, como Sócrates eligió la cicuta antes que alejarse de Atenas.
Reflexión acerca del «cisma» del Psoe: ha triunfado por poco la experiencia sobre la esperanza… de lo mismo.