Argentina

Malditos amistosos

Inglaterra: un tiro, un gol. España: seis disparos, un palo, de Villa 

Inglaterra se encerró, ni Xavi ni sus compañeros jugaron cómodos y perdieron en Wembley
Inglaterra se encerró, ni Xavi ni sus compañeros jugaron cómodos y perdieron en Wembleylarazon

Casillas igualó la marca de Zubizarreta, 126 partidos con «La Roja». El escenario, Wembley, para que el hito adquiera mayor solemnidad. Enfrente, la Inglaterra de Capello. Casillas tocó un balón en la primera mitad, como Hart, el cancerbero del City. El habitual dominio español chocó con la muralla británica. A los ingleses no les importaba embotellarse en casa. Temían a la campeona del mundo y la campeona no quería caer derrotada como le ocurrió en anteriores homenajes pos Suráfrica con Argentina, Portugal e Italia. Por sus intenciones hubiese merecido la victoria, el empate al menos; pero perdió. El único disparo de la Pérfida Albión en el segundo tiempo superó a Reina. Otro maldito amistoso.

Cuando el árbitro señala el comienzo del partido, cada equipo ocupa una mitad del campo. Lo suyo es que cada uno intente conquistar el del contrario porque así será más fácil obtener el gol, que es lo que cuenta. De la Eurocopa de 2008 a esta parte, España, sea quien fuere el rival, invade el territorio adversario con un asombroso dominio del balón. Lo que hace entonces el invadido es encerrarse, multiplicar sus elementos defensivos y no importa que sus centrocampistas y hasta sus delanteros se conviertan en zagueros y los propios aficionados les llamen cobardes.

Si a España, de cuatro años a esta parte, no le discutes la posesión del balón, el dominio, porque eso es prácticamente imposible, lo que te queda es aplicar un cerrojo monumental, con ocho o nueve hombres en la retaguardia, y armarte de paciencia por si te encuentras una pelota que pueda llegar al único punta, Bent en este caso. El contraataque es la solución. Pero es que España también presiona la salida del esférico. No se lo deja a nadie.

Inglaterra recibe órdenes de Fabio Capello, entrenador italiano que con futbolistas ingleses, brasileños, argentinos, rusos, españoles o paisanos sólo entiende este deporte como un «catenaccio». Es «amarrategui», pero no tonto. Conoce las virtudes de España y procuró que su fútbol desembocara siempre por el centro. Lo consiguió y España se encontró con un problema ante un rival al que mecía sin llegar a dormirlo. No abría a las bandas, cegadas por Johnson y Walcott, la derecha, y Cole y Milner, la izquierda; tampoco podía colgar balones porque los altos –Torres y Llorente– estaban en el banquillo. Una vez subió Piqué a rematar. Todas las combinaciones entre Silva, Iniesta, Xavi, Alonso y Villa se estrellaban en Lescott y Jagiel-ka, los centrales ingleses protegidos a su vez por Jones y Parker. Y no había manera, Arbeloa subía y se iba al centro, no llegaba a la línea de fondo, ni Jordi Alba.

Dominio infructuoso de España e Inglaterra, encantada de haberse conocido. Le iba el papel, sufría lo justo. Y esperaba. Empezó el segundo tiempo, hubo cambios de hombres, no de sistemas. A los 49 minutos Bent remató una falta al poste, no llegó Reina y Lampard, solo, oportunista, cabeceó el gol. Los ingleses sacaron petróleo de la nada y aceleraron; los españoles continuaron amontonándose por el centro. Perdían el fútbol y el amistoso.

Después de Reina, Cesc y Mata entró Torres, para formar ataque con Villa. Y Puyol por Ramos y Cazorla por Iniesta. El gol de Lampard descompuso inicialmente a España, que perdió el balón y el rumbo; hasta que se rehízo. Un tiro al palo de Villa en el minuto 73 atemorizó tanto a los ingleses que ya no salieron de su campo. Defendían la renta: un tiro, un gol. Botín sagrado. «La Roja» entonces recuperó los galones. Con cierta urgencia, demasiado tarde quizá, abrió el juego por las bandas, no lo suficiente, sin embargo llegó con claridad hasta Hart, por fin.

Después de un primer tiempo dominado pero insulso, de un despiste español aliñado por el infortunio, que Wembley casi celebró como los dos goles en la prórroga de Hurst a los alemanes en la final del 1966, España recurrió a la furia. Entre los minutos 82 y 89 el portero inglés intervino más que durante todo el partido. Cierto que sólo hizo una parada de mérito, tan verdad como que si Cesc hubiese estado la milésima parte de inspirado de lo que habitualmente está en el Barça, «La Roja» habría ganado por segunda vez en Wembley. Fàbregas disfrutó de cuatro ocasiones, la última, a puerta vacía y no acertó. El 1-0 no eleva a Inglaterra a las alturas, pero consuela; tampoco hunde a España, pero joroba.
 
Capello, regalo de boda
El técnico italiano no pudo asistir a la boda de su hijo, que se casaba en Italia, pero el triunfo fue como un regalo de boda para él y toda su familia. El ex entrenador del Real Madrid se mostraba feliz al final y alabó el trabajo de sus jugadores al impedir que España se luciera con su juego.