Elecciones

Divorcio con el Tea Party por Daniel Greenfield

La Razón
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El Partido Republicano se postuló a estos comicios con dos candidatos republicanos moderados avalados por una plataforma electoral apoyada en el empleo en un momento en el que la economía es el motivo de preocupación de todo hijo de vecino y en el que el inquilino de la Casa Blanca ha fracasado estrepitosamente a la hora de encarrilar la economía. Y perdió.
Los tertulianos de los debates matinales lo pasarán divinamente debatiendo lo que debió de haber hecho Mitt Romney. Los republicanos de derechas dirán que debió haber sido más agresivo y que debería haber atacado a Obama con Bengasi. Los republicanos moderados hablarán de la falta de popularidad entre los latinos. Los hay que culparán al huracán «Sandy», otros al gobernador republicano de Nueva Jersey, Chris Christie, y muchos apuntarán a un fraude electoral. Y todos tendrán parte de razón; pero esta derrota no se gestó en las dos últimas semanas; se viene produciendo desde dos años atrás.
Romney se hizo con las primarias porque era presidenciable. Pero al parecer, en realidad no tenía nada de presidenciable. Cuando el principal criterio que determina si un candidato es apto para la presidencia consiste en carecer de opinión, de punto de vista y de motivos para postularse al cargo, no. Cuando el principal criterio para ser el candidato presidencial republicano consiste en convencer a la población de que no tienes nada de republicano, es que no lo es.
Romney era un astro político con una excelente formación y equipo. Pero para ganar elecciones, hay que cambiar la opinión de la gente. Emplearse a fondo o luchar no basta. Hay que movilizar a la gente con una causa. El retorno republicano no comenzó con candidatos inofensivos; comenzó con manifestantes indignados disfrazados y banderas fundacionales que se concentraban en los exteriores de las asambleas electorales convocadas para promocionar la reforma sanitaria «Obamacare». Los triunfos conservadores de las legislativas de 2010 no fueron obra de una institución política timorata, sino de una vigorosa oposición a pie de calle. Y una vez que el movimiento de protesta fiscal Tea Party prende la llama, la institución republicana va y se pone a actuar como si el Tea Party hubiera saboteado su retorno, y cortó vínculos con la movilización. Divorciados, la movilización republicana y el Partido Republicano echaron a perder la oportunidad.
Las alucinantes victorias de las legislativas de 2010 tuvieron lugar gracias a que una oposición conservadora audible e indignada convenció a la mayoría de los estadounidenses de que la reforma sanitaria «Obamacare» les iba a ser nociva. Y a continuación, ese fabuloso motor de cambio fue relevado y reemplazado con consultores políticos totalmente dedicados a alcanzar el centro y ofender al menor número de personas posible. Pero siendo inofensivo no es como se ganan las batallas. Y evitando el conflicto no se ganan elecciones.
¿Sorprende a alguien que los comicios presidenciales de 2012 hayan terminado como han terminado? Los demócratas de la era Bush eran como formación el peor de los incordios. Eran hostiles, desagradables y practicaban el obstruccionismo. Y no sólo fueron recompensados con la cámara Baja, sino que también se hicieron con la Casa Blanca. ¿Por qué? Porque la población descontenta se acerca a la oposición. No se siente inspirada por una retórica moderada, sino por aquellos que parecen dar salida a su indignación.
En el momento en que el Partido Republicano se distanció del Tea Party, se distanció de su alma y de su único motor. Y no tenía nada que lo reemplazara. El Partido Republicano dejó de ser la oposición y se transformó en una oposición dispuesta a reubicarse más cerca del centro. Romney encarnaba la disposición a decir lo que hiciera falta para ganar, lo que despertó la desconfianza de la opinión pública.
El ascenso de Romney constituyó el triunfo de lo inofensivo. Romney protagonizó una campaña agresiva, pero sólo como ejercicio mecánico, un ataque impecable llevado a cabo por profesionales formados remunerados para promocionar ganchos verbales en direcciones peligrosas. ¿Pero y si lo que esperaba realmente el votante era cierta dosis de agresión?
¿Y si lo que quería era a alguien que replicara su indignación por estar en el paro, por tener montañas de facturas sin pagar, por desconocer de dónde sacar su próxima nómina? Romney tuvo mucho éxito a la hora de exponer que él sería un gestor más solvente de la economía. Ello bastó para llevarse a una porción notable del electorado, pero una porción insuficiente.
La institución tuvo su oportunidad con Romney. El ex gobernador tenía todo lo que había que desear. Era moderado, era bipartidista y progre. Con sus credenciales en el sector privado, era perfecto para decir que sabría gestionar la economía. El partido tenía al candidato idóneo en el momento idóneo, y la fastidió.
El Partido Republicano ha intentado interpretar a «Don Agradable». A lo mejor va siendo hora de ser el movimiento de la oposición. Y la forma de hacer esto es volver a aprender las lecciones del Tea Party. El Partido Demócrata empezó a ganar en el momento en que hizo suya a la extrema izquierda, en lugar de alejarse de ella. Si el Partido Republicano quiere ganar, entonces tiene que hacer propia a la derecha y aprender a indignarse otra vez.