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Una sociedad zombi

Los tenemos hasta en la sopa: en los video juegos, la publicidad, el cómic, el cine, la televisión («Walking Dead»), la música (¿quién no bailó imitándoles al ritmo del «Thriller» de Michael Jackson?)... ¡incluso han conquistado la novela romántica (una reciente relectura de «Orgullo y prejuicio» les homenajea)! Ciertamente, no puede negarse que los zombis están de moda.

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 Y sólo les faltaba llegar a las altas cumbres de la filosofía, agravio que oportunamente ha subsanado Jorge Fer- nández Gonzalo en su entretenidísimo ensayo, finalista del premio Anagrama de Ensayo. Al que, digámoslo ya, no le faltan buenas razones para argumentar su conexión: si Platón ya advertía de que filosofar era una forma de aprender a morir, podemos intuir qué sabrosas reflexiones podrá alumbrar la mente de un muerto-vivo en tal pútrido estado de descomposición. Aunque no lo sepan, los no-muertos también dan que pensar. Pero, ¿por qué este furor? Sería interesante analizar la profunda relación existente entre el apogeo del zombi y los momentos de crisis. Es conocido cómo el crack de 1929, por ejemplo, impulsó la serie-B hasta extremos innovadores en términos estéticos (los zombis de Tourneur). No en vano, como recuerda Fernández Gonzalo, el Nobel de Economía Paul Krugman define como «bancos-zombi» las entidades que han quebrado hace tiempo y solamente se mantienen en pie ante la esperanza de ser rescatadas por el Estado.

Entierro fallido
Por otro lado, en su libro «Mirando al sesgo», el teórico esloveno Slavoj Zizek trata de dar razones de esta malsana fascinación. Según su opinión, los muertos vivientes serían «la fantasía fundamental de la cultura popular contemporánea» por una sencilla razón. Si regresan y no paran de incordiar a los vivos es porque algo ha «fallado» durante su entierro. Por ello, en sentido estricto, no están ni vivos ni muertos. En virtud de esta deuda simbólica que tenemos con ellos son condenados a vagar sin rumbo. Un tema clásico, en el fondo. Antes del maestro George Romero –omnipresente en todo el libro–, ¿no fueron también ya Antígona o el fantasma del padre de Hamlet los primeros zombis?

No hay que olvidar, por último, cómo dentro de nuestro régimen biopolítico, en el que el poder nos «hace vivir» buscando nuestra salud incluso a pesar nuestro, y el cuerpo se autonomiza de nuestra mente, el zombi, como el vampiro, ilustra a la perfección nuestros miedos y ansiedades más profundos. «El zombi representa esa fuerza de lo ignoto de la que nos habla Canetti. «Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido». Asimismo, el zombi revela una ambivalencia entre la vida y la muerte que afecta a la identidad: como se demuestra en este ensayo, no es un yo, no es un sujeto. Aquí reside su inmenso valor transgresor.

Partiendo de estas premisas, el principal mérito de «Filosofía zombi» radica en el modo en el que el autor desarrolla un discurso de carácter crítico-cultural sobre las ideologías del mundo posmoderno sin renunciar a apuntes filosóficos, semióticos y teórico-literarios (la cuestión de la escritura) de mayor enjundia. Curiosamente, es la perspectiva psicoanalítica la que no tiene tanto protagonismo. Sin embargo, los análisis lacanianos sobre la pulsión de muerte podrían haber dado mucho más juego, como ha puesto de manifiesto en sus libros el ya citado Zizek.

Caminante sin rumbo
El zombie, un ser apático, sin voluntad, pero obsesivo hasta el automatismo más cerril, ¿no aparece desde esta perspectiva como ese visitante típico de los centros comerciales los sábados por la tarde, «un caminante más, un vagabundo en los espacios mediáticos sin destino ni promesa alguna?» Entrañable figura la del zombi. «En esa reducción que la economía de mercado hace de todos y cada uno de nosotros como «consumidores» no estamos muy lejos de esos por antonomasia que son los no-muertos».

El ensayo deja en un segundo plano, pues, el sentido de la categoría en el ámbito antropológico o ligada al vudú para centrarse básicamente en su valor como metáfora del capitalismo tardío. El zombi es, además, desde esta aproximación, imagen del Otro (piénsese en su similitud con las masas de inmigrantes del Tercer Mundo), pero también de lo que se esconde, como advierte el autor, en nuestro interior reprimido. «El zombi es el otro que me devuelve mi reflejo, un reflejo empantanado por la degradación de la carne».

Por todo ello, «Filosofía zombi» es signo de un saludable y nada acomplejado cambio generacional dentro del reciente ensayismo español. Particularmente brillante, aunque, posiblemente, también susceptible de un desarrollo más pormenorizado resulta, por ceñirnos a un único ejemplo, el análisis realizado en torno a la «horda desobrada», donde se nos invita a considerar la dinámica de masas de los zombis desde las nuevas teorías comunitaristas.

Sin conciencia de culpabilidad por la atención a temas considerados «menores», Jorge Fernández Gonzalo se siente cómodo en los escenarios de la «baja cultura» y sus soportes. De ahí una llamativa libertad estilística nada académica, una cierta sensibilidad pop hacia los productos culturales que existen en nuestro presente, pero, sobre todo, una gran curiosidad por el nuevo capitalismo afectivo, por sus anhelos, frustraciones y sus monstruos. En realidad, no hay producto cultural, por vulgar o insignificante que sea, que no contenga en su interior una chispa utópica o un deseo latente de cambio.

Sobre el autor: Jorge Fernández Gonzalo (Madrid, 1982) es poeta y teórico literario; además, codirige la publicación digital «Revista Neutral»

Ideal para...: lectores interesados en la reflexión sobre la cultura popular y, por descontado, amantes de los llamados muertos vivientes

Un defecto: En ocasiones, se echa en falta un mayor desarrollo de ideas brillantes (que las hay) en el ensayo de Fernández Gonzalo y que aparecen, así, poco perfiladas y desdibujadas

Una virtud: Se trata de una aproximación imaginativa y bastante bien documentada sobre uno de los temas más interesantes de la cultura popular reciente

Puntuación: 7