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Los movimientos en la cárcel

La Razón
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Arnaldo Otegi se encontró con la cruda realidad de la disciplina que impone ETA a sus militantes al entrar en prisión. Mientras estuvo en libertad, actuó con autonomía y una cierta prepotencia. Imponía sus tesis amparado en la crisis interna que atravesaba la banda y que el conocía. Pero al atravesar la puerta de la cárcel, todo cambio. Los responsables del colectivo de presos (EPPK) celebraron, el 22 de enero de 2010, una reunión con los reclusos procedentes de Batasuna, entre ellos Otegi, para advertirles que no podían desmarcarse de la estrategia aprobada por el colectivo, plasmada en una ponencia titulada «Mugarri», en la que se defendía la viabilidad de la «lucha armada» (actividades terroristas). Los presos de ETA llegaron a reprochar a Otegi el «mal ambiente» que había creado al salirse de la disciplina del EPPK. En la reunión quedó muy claro que todos los reclusos, incluidos los de Batasuna, «pertenecen al colectivo y deben seguir la línea marcada por el mismo». Sin embargo, la formación que lideraba Otegi se escudó en que tenía el «visto bueno» de Ekin (brazo político de la banda) para mantener una actuación distante de la del EPPK. Por ello, y para «clarificar posturas y evitar la expulsión» del colectivo de cinco presos de Batasuna, se convocó una reunión «tripartita, junto a Ekin». Al final, los presos de ETA se quejaban de que los internos de Batasuna «seguían haciendo lo que querían y se negaban a entrar en la dinámica del EPPK». Estas afirmaciones las realiza el juez de la Audiencia Nacional Fernando Grande-Marlaska en el auto del pasado 19 de abril, por el que decretaba el ingreso en prisión de los abogados Jon Enparantza, Arantza Zulueta e Iker Sarriegi, así como de la ex etarra Naia Ziruarrain y a la portavoz de Etxerat Saioa Agirre.