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Emilio Gutiérrez Caba: «Estoy desencantado de la política actual»

El actor, nacido en una familia de artistas, acababa de cumplir 25 años cuando protagonizó «Los chicos del Preu»

Emilio Gutiérrez Caba
Emilio Gutiérrez Cabalarazon

S i buscan declaraciones llamativas o que hable mal de alguien, no llamen a la puerta de este actor comedido y exquisitamente prudente con aspecto de contable de novela de Pessoa. Sus antepasados ya estaban en las carteleras teatrales del XIX: lleva pues en los genes las virtudes y los vicios del cómico que pisa los escenarios y los platós con la familiaridad de quien aprende en casa, desde párvulo, que «éste es un oficio que hay que tomarse en serio y sin creerse jamás que eres el ombligo del mundo». Nació en el carro de la farándula y el traqueteo fue su sonajero. Sus bi-sabuelos declamaban a Calderón cuando a los cómicos aún no les enterraban en cristiano.Hemos quedado en el café Gijón para hablar, en un principio, de la película que LA RAZÓN regala el próximo viernes, «Los chicos del Preu», y Emilio recuerda sobre todo la escena que rodó en un tractor con Mari Carrillo; era la segunda vez que lo hacía con la gran actriz y eso suponía todo un hito para un actor que acababa de cumplir 25 años. -En «Los chicos del Preu» estaban María José Goyanes, Mari Carrillo, Alberto Closas, López Vázquez... Casi todos ya no están. ¿A quién echa más de menos?-A muchos, la verdad. Especialmente a Closas, porque fue un caballero del teatro y un valiente hasta el final. Se fue por la puerta grande y combatiendo, como Henry Fonda en «Fort Apache».-¿Y cómo era Emilio Gutiérrez Caba en el Preu?-Estudiaba bastante, me lo tomaba en serio. Me acuerdo del primer amor no romántico, sino palpable, carnal. Se llamaba Susi.-Palpable de última fila de cine...-Sí, y de guateque. Recuerdo los primeros cigarrillos en la Plaza de Oriente. Si había dinero, fumábamos «Chester», y si no, «Ben-Hur», que era negro.-Y la familia, ¿le dijo que no se dedicara a esto?-No me daban muchos consejos; mi padre ya estaba retirado, mi madre había fallecido... Nunca me dijeron que no fuera cómico, pero sí que estudiara algo, «porque este trabajo es muy inseguro». Fíjese, decían que era inseguro entonces, cuando había más trabajo que ahora.-Su familia: ni un escándalo, ni un lío, siempre es un discreto segundo plano...¿Algo genético?-Educacional. Nos acostumbraron en casa a que éste es un oficio que hay que tomarse muy serio y sin esperar grandes cosas, a no pretender ser el ombligo del mundo.(La familia no ovacionaba en los estrenos de cualquiera de sus miembros, me dice Emilio: «Había cariño, sí, pero no perdíamos la cabeza; no le dabas importancia a lo que hacías. Estrellas fueron Amparo Rivelles, Alfredo Mayo, Sara Montiel... Ahora no hay estrellas así. Nosotros nunca fuimos estrellas; actores de éxito, sí». Lleva gafas gruesas sin montura, chaqueta azul y camisa a rayas. Luce tripita, escaso pelo. La voz grave y la gesticulación a tono con la charla y el escenario: discreta. Hoy, Emilio tiene algo de diácono ilustrado; pero mañana puede ser cualquier cosa, incluso el dueño de una bodega, un tanto maquiavélico, autoritario y amante del poder).-¿Y no ha echado de menos ser una estrella? -No. Conocerse a uno mismo es importante, y yo sé que no tengo la presencia, la estatura, el carisma; me conformo con ser un buen actor, no he aspirado a otra cosa. He hecho lo que me decían en casa: «Haz tu trabajo lo mejor posible y sé lo más honesto posible».-Chico obediente que no se queja de nada...-Yo sólo me quejo de que la vida pasa muy rápido, no de si no hago un protagonista.-Pero no sé si le irritan estas famas de ahora, descabelladas, obscenas...-¿Se refiere a Belén Esteban y todo ese mundo? No me escandaliza; son productos fugaces del mundo fugaz de hoy. De Belén Esteban dentro de 50 años no sabremos nada. Pero seguirán ahí Shakespeare, Camus, Kafka...-En el 63 fue Peter Pan, ya era protagonista...-Lo hice con la compañía «Los Títeres» de la Sección Femenina que dirigía Lula de Lara. La Sección femenina hizo cosas buenas y hay que decirlo.-Le van a llamar facha...-No se atreven. Hay un sector politizado que no tiene los conceptos claros ni conoce la ecuanimidad. Hay aptitudes franquistas en la izquierda y en la derecha.-Y en el 68 estrenaba compañía con María José Goyanes...-Sí, el dinero lo puso el novio de María José, Manolo Collado, y conocimos un gran éxito: «Olvida los tambores», de Ana Diosdado. Un estreno de los que no se olvidan.-Y en lo personal, ¿qué no olvida nunca?-Mi noviazgo con Elsa Baeza. Primavera y Salamanca. Yo tenía 23 años.(Dejó de fumar hace mucho tiempo. Le gustaría retornar a los veranos de San Sebastián cuando tenía 18 años. Y le hubiera gustado dejar de crecer a los 40. Sólo está seguro de que lo más importante es respirar. ¿Inmortal? «Me conformo con ser un fantasma con cierta presencia, o sea, venir al Gijón por las tardes, seguir mirando a las mujeres y, como decía Buñuel, poder levantarme cada mañana de la tumba para comprar los periódicos; pero me temo que no va a ser posible». Toma un té por las mañanas, descafeinado por la tarde y un vermut por las noches. Se le caen lagrimones viendo algunos traseros).-¿Y el sindicato de la ceja?-Es una posición. Si uno es del PP, apoya al PP, y si es socialista, al PSOE. Eso no nos tiene que enfrentar. Es natural. Nadie tiene la verdad absoluta, pero hay que respetar la verdad de cada uno. Hay más gente moderada que radicales. Yo no apoyo a nadie. Los partidos tienen que hacer una profunda reflexión. Estoy bastante escéptico ante el panorama de mediocridad. Más: estoy desencantado de la política actual. Fíjese: se les pide que se pongan de acuerdo para salir de la crisis, y no son capaces ni de eso.-Hábleme del franquismo. ¿Lo pasó malo...?-No lo sufrí física ni laboralmente. Lo recuerdo como una época de silencios: no convenía hablar según de qué cosas. Yo nunca me pronuncié a favor ni en contra. No fui valiente ni heroico. Pertenezco a la masa que no se enfrentó. No lo pasé mal. Eso sí, la censura era terrible. Una vez, en la Gran Vía, iba al cine, los grises me confundieron con un manifestante y me zurraron. Y en Bilbao, me echaron de un hotel por subir una señorita. No era agradable todo aquello, no.(Flema casi británica, distanciamiento, mirada serena. Eso es Emilio. El paso del tiempo, dice, es lo más cruel para cualquier ser humano. Aprovechando que ha caído por el Gijón, se despide para ir a la Biblioteca Nacional en busca de datos de sus antepasados: escribe un libro sobre las mujeres de la familia, «porque son las que más han brillado en esto».)