Sevilla

Pinar Y con la suerte de cara

Pamplona. 3ª de la Feria de San Fermín. Se lidiaron toros de Torrestrella, bien presentados, el 1º, de buena condición, pero a menos; 2º y 5º, complicados; el 3º, de media arrancada; el 4º, bueno, con clase y que humilla; y el 6º, manejable. Lleno. Rubén Pinar, de hueso y oro, estocada (vuelta al ruedo); estocada buena (oreja). Arturo Saldívar, de verde botella y oro, estocada (silencio); pinchazo, estocada tendida (silencio). Esaú Fernández, de blanco y oro, estocada (silencio); pinchazo, estocada, dos descabellos (silencio). 

El manchego da un pase de pecho, ayer, rodilla en tierra
El manchego da un pase de pecho, ayer, rodilla en tierralarazon

De nada servirán los intentos. Llegados a Pamplona y asomados al ambiente, no nos quitaremos la ropa blanca y el pañuelo rojo hasta que las lágrimas asomen detrás del «Pobre de mí». San Fermín ya lo inunda todo. Noche y día, sin interrupción ni horas en blanco. La fiesta de la vida en estado puro para quien quiera dejársela. Los encierros como punto de partida. El toque de atención que da la vuelta al mundo cada mañana recién pasan las ocho. Tempraneras mañanas para vidas nocturnas. Torrestrella nos dio un despertar tranquilo, sin sustos. Incluso alegrías nos dejó por la tarde. Abría plaza, abrió festín un ejemplar de buenas hechuras y que era un pedazo toro de presencia. De nota lo hizo sobre todo cuando había que apuntarlo por el pitón derecho. Quería el toro irse, rajarse antes de empezar la faena; desplazarse después sin pedir nada a cambio. Le tocó a Rubén Pinar, ayer el más veterano de la terna. Mejor en los albores, que según avanzaba el trasteo se apagaba el toro y se vulgarizaba el conjunto. Acabó por circulares, una retahíla, una penitencia, como churros. Antes, en la parte buena, le había dejado la muleta en la cara inerte y ahí cantó el toro que quería romper. Romper a bueno. Hundió la espada, pronto, rápido, y en vez de premio, se dio una vuelta al ruedo. De dulce fue el cuarto. El toro, claro. Humillado, con temple y nobleza, para armar un lío pero de toreo bueno. De torear bien. Asentado, reposado, disfrutando de ese viaje entregado a su destino que tenía el toro sin mirar más allá que al trapo. Eso hubiéramos querido esa Pamplona de sombra. Pinar anduvo a tirones, sin acabar de ver lo que tenía entre manos y gustándose en el trayecto final. Sacó billete para el último arreón y con la espada, eso sí, como un auténtico cañón. A Rubén Pinar le había mirado la suerte de cara y paseó una oreja.

A Saldívar, el segundo se lo llevó por delante en el saludo de capa: en una verónica por el derecho. Rodó veloz, listo, y la plaza no se inmutó mientras coreaba la mítica canción de «El Rey». No le dejó el animal proclamarse como tal en un trasteo de poca armonía, de más búsqueda que encuentro. Y eso que en el prólogo, los dos pases cambiados por la espalda, al menos centraron la atención. Se diluyó después con un toro difícil. Tirando a cabrón, sin entregarse nunca, más a la defensiva que a favor. Tampoco el quinto vino a ponérselo fácil. No tuvo clase, ninguna, todo lo sacó por arriba, pero en el ruedo se debatía algo: el coraje que echaba el diestro.

Esaú Fernández vino con la Puerta del Príncipe de Sevilla. Pero el ayer no es hoy. Su lote se dejó, sobre todo el manejable sexto que se hubiera dejado dos faenas sin rechistar. Noble resultó también el tercero. A Esaú le florecieron todas las carencias. Y Pamplona, por San Fermín, era demasiado grande.