Bilbao
Chocolatada
Si optan por la dignidad estival, renuncien a las excursiones en autobús para visitar y comer en lugares pintorescos
Costumbre norteña. Los fallecimientos en el veraneo cantábrico se producen por inmersiones equivocadas en las playas con resaca, por despeñamientos en excursiones a las montañas y, sobre todo, por las chocolatadas. Se puede sobrevivir a una chocolatada, pero no a dos. A los dieciseis años, las pandillas de amigos organizan chocolatadas, pero no ingieren el nada digestivo manjar. Van a meterse mano, que es lo normal y lógico, con la excusa de la chocolatada. Pero la cursilería de revivir tiempos pasados lleva a grupos de maduros matrimonios al disparate de convocar chocolatadas. Y ahí se producen los súbitos fallecimientos. Óbitos, por otra parte, de muy complicada justificación social. Nadie, con dos dedos de frente y seis de pudor, al ser preguntado por las causas del fallecimiento de su padre o madre, se atreve a responder: «Porque le sentó mal la chocolatada». Participar en una chocolatada es tan grave, o más, que hacerlo en una excursión en autobús para comer en un lugar pintoresco. Esta actividad es harto peligrosa, porque en el retorno, con las copas ingeridas durante la comida, siempre hay algún expedicionario que entona canciones regionales, a cuya interpretación se une el resto del conjunto. La canción «eres alta y delgada como tu "madré», «morená saladá», no es admisible en personas que, finalizado el estío, se quieren hacer respetar en sus profesiones. Y peor aún, «Desde Santurce a Bilbao, vengo por toda la orilla, con las faldas remangadas, luciendo la pantorrilla». Estrofa de vendedora con una minusvalía, puesto que si lleva las faldas remangadas habría de lucir «las pantorrillas», no una tan sólo, lo que convierte a la canción en políticamente incorrecta. No obstante, la gravedad no se centra en el texto de la copla, sino en el hastío que produce. Se calcula que un español, desde la infancia a la vejez, canta esa tonada unas mil cuatrocientas veces. Y no emociona. Si optan por la dignidad estival, renuncien a las chocolatadas y a las excursiones en autobús para visitar y comer en lugares pintorescos. Se empieza por ahí, se termina cantando «Desde Santurce a Bilbao» y se pierde el prestigio para lo que resta de vida.
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