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Revolución no faena de aliño por José Luis REQUERO

Espero que en los próximos años la Justicia dé un salto de modernidad, de eficacia real; que abandone la cutrez a la que parece condenada

La Razón
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Quizás sea un poco raro. En momentos de cambios ministeriales lo que me viene a la cabeza, más que la felicitación, es recordar que la palabra «ministro» viene del latín «ministrare», que significa servir. Hoy esta puñetería etimológica cobra especial relevancia. Asumir la responsabilidad de sacar a España del pantanal en que nos han metido da vértigo y mueve, más que a la felicitación, a recordar la responsabilidad que supone ser la única esperanza que tienen millones de españoles. Por eso dejo la felicitación para el final, para cuando se haga balance y se agradezcan sincera y realmente los servicios prestados.

Llevo conocidos prácticamente a todos los ministros de Justicia de la democracia y hay de todo. Unos han pasado sin pena ni gloria, otros han hecho mucho daño y otros han hecho cosas estimables. Con todo, la sensación es que se ha evolucionado pero que sustancialmente seguimos más o menos igual. Lo malo es que España no sigue igual, hace muchos años que dejó de ser igual. Supongo que el lector estará conmigo en que es una pérdida de tiempo razonar que la España de ahora no es la misma de hace treinta o cuarenta años; sin embargo, esa transformación es un tren que la Justicia ha perdido.

La Justicia no admite otra gestión rutinaria ni más faenas de aliño y entiendo por tales despedirse del cargo tras crear más juzgados, hacer la consabida reforma del Código Penal, gestionar la renovación que suele tocar del Tribunal Constitucional o del Consejo General del Poder Judicial y algún que otro retoque procesal para la mayor «eficacia», «agilidad», «transparencia», etc. de la Justicia. El resto, pues más o menos como nos lo dejó Montero Ríos en 1870 y tantos otros problemas pendientes de esa revolución por la que clamaba Joaquín Costa. Ahora hace falta una revolución: o esto o nada.

A estas alturas y como juez me dan lo mismo las animadversiones que suscite el nuevo ministro, los odios que algunos le profesan o las críticas que oigo en gentes de su partido. Me apunto al pragmatismo. Prescindo de esos juicios y sólo sé dos cosas: que, guste o no, es el ministro de Justicia y que tras de sí ha dejado gestiones que han transformado lo que ha gobernado. A diferencia de otros, se ha nombrado ministro de Justicia a alguien que allá por donde ha pasado se puede decir que hubo un antes y un después. Por ejemplo, los transportes de Madrid son lo que son –de los mejores del mundo– gracias a la gestión que inició y otro tanto cabe decir de la transformación de Madrid como capital. Basta darse una vuelta por el cauce del Manzanares.

Por eso espero que en los próximos años la Justicia dé un salto de modernidad, de eficacia real; que abandone la cutrez a la que parece condenada, que ni esté ni se la espera en la empresa de modernizar o relanzar a España. La crítica de que lleva muchos años alejado de la Justicia es absurda, ¿acaso había pisado un juzgado el anterior ministro antes de ser nombrado? Y no doy más nombres. Esa relación previa es lo de menos; es más, casi es mejor que quien venga lo haga desde cierto alejamiento, para que no arrastre prejuicios ni intereses propios porque en la Justicia son muchas las inercias, los intereses creados, los corporativismos que anquilosan nuestras estructuras jurídicas y no sólo judiciales.

Ciertamente, infraestructuras como un buen metro o enterrar la M30 dan votos y, además, entran por los ojos. La Justicia no es muy lucida, pero con un poco de audacia puede serlo, y mucho. No todos los ciudadanos toman el metro ni circulan por la M30, pero todos vivimos sumidos en un orden jurídico. Se pueden percibir cambios reales y a mejor no sólo cuando se vaya a un juzgado: también cuando se va a un notario, a un registro público, si los ciudadanos ven que dejar de cumplir con las obligaciones no sale gratis, que sirve de algo denunciar, que hay seguridad jurídica, etc. Ese orden jurídico es también una infraestructura y su eficacia da –y mucha– calidad de vida.

 

José LuIs REQUERO
Magistrado